Si bien es cierto que los tiempos cambian, hoy la sensación de transformación es vertiginosa; la inmediatez que nos da la velocidad de la tecnología nos hace sentir que los días pasan aún más rápido de lo que deberían. Es imposible negar que convivimos en una sociedad afanada, ansiosa, que parece haber dejado para otro día -por su mismo acelere- asuntos importantes. Muchos estamos tan preocupados con nuestras obligaciones diarias que nos olvidamos de las cosas simples.

Aunque es indiscutible que la Navidad y el fin de año traen consigo su agite: los regalos de última hora, la salida a disfrutar de la feria, los que viajan a visitar a familiares y amigos o los que los reciben, dejar todo listo para el 31; esta también es una época donde florecen las tradiciones, se nos invita a estar en familia y tenemos la posibilidad de volver un poco a lo básico.

El 24 de diciembre se desempolvan las viejas recetas familiares, aparecen los buñuelos y la natilla de la cucha, el melao con queso como lo hacía la abuela, reviven las historias de los años 60 de alguno de los tíos, en muchas familias se termina de rezar la novena y se le da gracias a Dios, o se le pasa el listado mental de peticiones. Los niños corren por los pasillos, tumban cosas y gritan de emoción cuando abren los regalos. Se escucha, a todo timbal, la muy ponderada música tropical decembrina; algunos bailan, otros hablan paja.

En Navidad añoramos a los que ya no están, deseamos que lleguen los que están lejos y rezamos para que Dios les regale días a los que están muy viejitos. En estas fechas nos acordamos de los amigos que nunca llamamos, de los compañeros de trabajo que nos ayudan tanto; incluso, del jefe que nos friega tanto la vida.

Lo cierto es que la Navidad logra que la familia sea nuevamente el núcleo esencial de la sociedad y nos refuerza la importancia de las tradiciones. Nos recuerda a todos, aunque vivamos en un mundo que enaltece el cambio como casi un fin en sí mismo, que hay costumbres que debemos preservar, que hay momentos que debemos propiciar y que hay lugares donde debemos regresar para poder avanzar.

Convivir no es fácil y todos tenemos problemas, unos en mayor medida que otros. Es igual para las familias, en todas hay tensiones e inconvenientes, pero en ellas nos guiaron, nos formaron y nos llevaron, para bien o para mal, a ser lo que somos y es seguro que dejaron las bases de lo que seremos. Por esto, no podemos olvidar la importancia del rol que tiene la familia en nuestra sociedad; es en ella donde se moldea a los seres humanos con los que convivimos hoy y con los que coexistiremos luego. La familia no solo hay que añorarla con nostalgia por estas fechas, también hay que cuidarla, cultivarla y fortalecerla para que sea una estructura sólida, que pueda dar alivio y guía a nuestra sociedad.

La Navidad es maravillosa; curiosamente, nos devuelve un poco la pausa en medio del afán, nos regresa a nuestra esencia, nos incita a vivir en familia de nuevo; a recordar que lo urgente no es el acelere de lo cotidiano, que lo verdaderamente relevante lo tenemos cerca, que el tiempo pasa y todo cambia, pero que lo único que tenemos como soporte cuando el dulce se pone a mordiscos es a la familia.