Vladímir Putin tiene que perder la guerra en Ucrania. El conflicto actual data de marzo 18 de 2014 cuando el Kremlin oficializó la anexión de Crimea a Rusia luego de haber alentado a los separatistas ucranianos para que apoyaran esta decisión, ilegal desde todo punto de vista. En ese momento, las reacciones internacionales fueron tan tenues que Putin sintió vía libre para invadir Ucrania y en febrero de 2022 comenzó su ofensiva militar, confiado en una victoria rápida, fácil y, sobre todo, impune.

Aunque Ucrania ha logrado resistir la embestida y cuenta con el apoyo militar y financiero de Estados Unidos y de la Unión Europea, aún falta mucho para inclinar la balanza a su favor. Una derrota o un triunfo militar de Vladímir Putin será determinante para el orden mundial actual.

Como lo señala Yuval Noah Harari para The Economist, la guerra en Ucrania es un proxy para el orden mundial. El actual sistema liberal incluye, entre sus principios, la inviolabilidad de las fronteras y una serie de reglas de juego a las cuales se adhieren los países. La legitimidad del sistema se fundamenta en aceptar las reglas de juego, pero también en que haya consecuencias severas para quien no las acate. Si las reglas pierden validez, el orden internacional inevitablemente volverá a conformarse por una serie de bloques, alianzas militares y comerciales donde los países menos desarrollados serán quienes sufrirán las principales consecuencias. Como dijo Tucídides en Historia de la Guerra del Peloponeso “los fuertes hacen lo que pueden hacer y los débiles sufren lo que tienen que sufrir”.

No sorprende, pues, que países como Finlandia se hubieran unido a la Otan, que Arabia Saudita esté buscando establecer un tratado de defensa con Estados Unidos o que Polonia haya duplicado su presupuesto militar. Ante la amenaza de guerras imperiales como la que está llevando a cabo Rusia, los demás países (en especial los colindantes) buscan protegerse con su propia capacidad pero también estableciendo acuerdos con otras naciones. Como señala Harari, las alianzas militares tienden a profundizar las desigualdades, pues aquellos países que son muy débiles y no alcanzan a ser cubiertos por el escudo protector de las alianzas militares son quienes más sufren las consecuencias.

Mientras bloques militares y rutas comerciales se polarizan, el mercado internacional se debilita y los países menos fuertes son quienes asumen un mayor costo. Aunado a esto, la desconfianza entre los bloques y la necesidad de mostrarse fuertes podría causar que una acción relativamente insignificante, como lo fue el asesinato en 1914 del archiduque Franz Ferdinand en Sarajevo, pueda ser considerada una casus belli y desate una guerra.

Si Rusia ganara en Ucrania, esto podría derivar en el ascenso de bloques de alianzas y en un mundo incapaz de llegar a acuerdos entre partes divergentes. Su triunfo significaría la derrota del orden mundial y el inicio del fin de las reglas de juego como las conocemos, en un mundo que requiere de unidad ante asuntos como el cambio climático o una regulación que limite el accionar de la inteligencia artificial en temas bélicos. La posición de gobiernos como el de Colombia, que bajo el mandato de Gustavo Petro ha sido ambiguo ante el conflicto, debería ser clara y directa a favor de Ucrania, porque el triunfo Putin es la derrota de todos.