Aunque en recientes columnas vaticiné que en un par de años Colombia reconocería la urgencia de ampliar seria y rápidamente su capacidad de generación con plantas termoeléctricas, no hubo que esperar tanto. Bastó un veranito para que el país entero entendiera que la generación térmica es esencial para el abastecimiento eléctrico de Colombia, y que su capacidad ya llegó al límite. Hoy es evidente que es indispensable ampliar esta capacidad, y hacerlo rápido.
El apagón de 1992 hizo clara la necesidad de afirmar con termoeléctricas nuestra matriz de generación y, por eso, hoy el 30 % de la capacidad total es térmica. Sin embargo, el que el despacho permanente en los últimos días de la totalidad de las plantas térmicas, como consecuencia de la caída en los niveles de los embalses de las hidroeléctricas, a duras penas haya alcanzado para atender la demanda nacional, acercándonos peligrosamente al racionamiento, demuestra palmariamente que, desde el punto de vista de apoyo a la oferta, nuestra capacidad de generación térmica llegó al tope. Para que brindara el respaldo requerido, desde hace años debiera haberse ampliado en por lo menos dos o tres mil megavatios.
Pero el problema no es solamente de respaldo. También es muy grave la falta de capacidad total de generación, pues mientras que la demanda viene creciendo a ritmos muy superiores a los proyectados en el fantasioso plan de expansión eléctrica que este gobierno heredó, esa expansión ni se está cumpliendo ni se va a cumplir.
Según ese plan, para 2050 la capacidad total instalada debería pasar de los actuales 18.777 a 42.709 megavatios, y 18.254 MW del incremento planeado corresponderían a las llamadas energías renovables no convencionales (ERNC), fundamentalmente eólica y solar. Al basar la expansión de la capacidad en las ERNC, se presentan dos pequeños problemas. El primero es que, como estas generaciones, además de costosas y dañinas del medio ambiente, no son confiables, su capacidad real raramente asciende al 25% de la teórica. O sea que en este caso se está hablando de una expansión del equivalente a apenas unos cuatro o cinco mil MW de generación firme (como la térmica).
El segundo es que esas plantas deben instalarse donde hay sol o viento, alejadas de los centros de consumo, y requieren de costosos sistemas de transmisión que, dado el abuso que hay en Colombia con las consultas populares, son de muy difícil y tortuosa, si no imposible, construcción. Así, en 2023, para cuando estaba programada la entrada en operación de 4.558 MW de generación solar y 1.014 MW de eólica, solo entraron 207 MW de la primera. Ya son varios los proyectos incluidos en ese plan de expansión que han sido abortados y, con seguridad, seguirán otros.
Es evidente la urgente necesidad de acelerar la instalación de la generación térmica, que es real, contemplada en la parte realista del plan de expansión. Se acabó el tiempo, y Colombia no puede darse el lujo de vivir un racionamiento eléctrico por atarse a esquemas de generación utópicos, desaprovechando la seguridad y firmeza que le da al sistema, la generación térmica.
Y surge la pregunta: Si Colombia envía su carbón hasta a China, para alimentar sus térmicas, ¿por qué no usa su carbón para generar electricidad en la Costa, cerca de la mina, rebajándoles así enormemente los costos de generación y transporte a los habitantes de esa maltratada región?