Por fin hubo algo de humo blanco en la Santiago. Fue elegido Carlos Andrés Pérez como rector. Y su hoja de vida permite albergar esperanza para esta universidad, que es la segunda del Valle en número de estudiantes matriculados.Pérez es un biólogo de Univalle, lo que es buena referencia, y realizó estudios de posgrado hasta obtener el doctorado en biología molecular y biotecnología en España. Lo que está bien, pero no es suficiente.Y digo que está bien pensando no sólo en la Santiago, una universidad que requiere de una reestructuración académica profunda, sino también en el conjunto de universidades del Valle, que se encuentran rezagadas frente a sus pares de Bogotá y Antioquia.En realidad lo que ha hecho la Santiago, al elegir un doctor en la rectoría, es un ejemplo para el resto de universidades. Pues no se entiende, en el mundo actual, que una universidad pueda ser regida por alguien que no haya obtenido los más altos títulos académicos. Aunque sea por respeto a los doctores que laboran en ellas. Por ejemplo, resulta inexplicable que el Consejo Superior de la Universidad del Valle -donde trabajan alrededor de 300 doctores- no haya colocado como requisito mínimo para aspirar a la rectoría de la institución, que el aspirante ostente un título de doctor, ojalá de una universidad de primer nivel en el mundo. Me imagino que todavía está a tiempo para legislar en ese sentido.Pero lo mismo sucede con las demás, así sean fundaciones privadas. Pues no se puede ser estricto a la hora de exigirles títulos académicos a los profesores que laboran en ellas -muchas veces mal pagados- pero laxos cuando se trata de la alta dirigencia de cada universidad -muchas veces sobre pagada-. La equidad es un principio básico de toda institución educativa y también de toda sociedad. Permitir la inequidad y, al mismo tiempo, pretender formar profesionales con un alto sentido ético resulta una contradicción insalvable. De allí la corrupción generalizada que carcome al país.Pero así la Santiago haya dado un paso adelante al elegir a un doctor para su rectoría, ello no basta. Pues los títulos académicos, así indiquen virtudes deseables como la disciplina, la inteligencia cultivada, el tesón, la inventiva y el rigor, no garantizan la vigencia de principios éticos, morales y políticos deseables. El mundo ha visto a miles de doctores de batas blancas afanándose en los laboratorios de investigación para entregarles armas de destrucción masiva a dictadores feroces -incluidas las criminales armas biológicas-. Y acabamos de saber del director del Fondo Monetario Internacional, un prestigioso doctor en economía, envuelto en las sordideces del acceso carnal violento.La verdad es que mientras mayor sea el título académico, mayor la responsabilidad en caso de dobleces éticas o morales. El malo educado siempre hace más daño a la sociedad. Basta mirar a los primos Nule o a los jóvenes profesionales del Ministerio de Agricultura que aprovecharon su responsabilidad en la ejecución del programa AIS para hacer un criminal tráfico de influencias.Así que bien por la Santiago al elegir a un doctor. Ojalá sea uno de los buenos y no uno de los malos. Porque entonces todo podría empeorar.