Estuve en Puerto Rico en Semana Santa y el conductor que nos llevó al aeropuerto era un dominicano muy consciente de que las ‘ventajas’ de vivir en Puerto Rico (USA) superan con creces las condiciones de su natal Republica Dominicana. Un hombre alegre, colaborador, dispuesto a servir, manejando una camioneta que le da el sustento para su vida.

Claro, los taxistas en cualquier lugar del mundo se convierten en voceros de la realidad que viven las ciudades. Por ello le preguntamos por los estragos del huracán que los dejó sin energía durante muchos meses y su forma de sobrevivencia en esa calamidad. Gran parte de la isla estuvo sin energía durante un año, mientras en otros lugares la recuperaron a los seis meses. ¿Cómo hicieron, cómo lograron vivir así durante tanto tiempo?

La respuesta fue contundente. Sin ningún ápice de resentimiento y amargura lo dijo: “Aprendimos a vivir, cocinábamos solo para el momento. Lo que se conseguía de alimento lo preparábamos para ese día, nada se guardaba, se repartía entre los vecinos. Siempre hubo que cocinar, porque alimento siempre llegaba. No lo que esperábamos, pero siempre hubo cómo comer. Fuimos solidarios y recursivos”. Ni un reproche, ni un reclamo, ninguna cuenta de cobro. De pronto esperábamos una respuesta marcada por la habitual quejadera tan común en nuestro medio, de siempre echarle la culpa a alguien, siempre esperar que los otros (gobierno, Estado, políticos) solucionen mientras pasivamente se espera el milagro. No, nada de esto. Entonces vino la reflexión.

¿Por qué ese hombre no está ‘envenenado’? ¿Por qué no culpa al gobierno de la ineficiencia si hasta Trump llegó a su territorio a burlarse de ellos? ¿Qué hace la diferencia entre un alma resentida y una ‘positiva’? ¿Qué tanto daño hacen las expectativas de la sociedad de consumo? ¿Qué tanto se espera de los gobiernos convirtiendo a los ciudadanos en recipientes pasivos a la espera de soluciones mágicas?

No, no me ‘mande’ a vivir en la necesidad, ni me diga que “una golondrina no hace verano”. La idea es que sí existen elementos en la condición humana para vivir de otra manera. Si hay un individuo, pueden existir varios que piensen y actúen diferente. O muchos más. Porque en definitiva lo que marca la diferencia es la actitud. Y la actitud se alimenta de los pensamientos. Y los pensamientos se forman de las expectativas e ilusiones que se tienen. Si se educa diferente, se puede vivir diferente.
De pronto el objetivo es que sean exitosos, que ganen dinero, que manejen tecnología, que acumulen objetos. Pero no que sepan vivir sin tanta dependencia de lo externo. ¿Cuándo se habla de conciencia?

Hay lecciones de vida en la cotidianidad que se pueden repicar y nos permiten una reflexión. El mundo no va a cambiar “todos a una como Fuenteovejuna” pero sí los casos ‘aislados’, los momentos de conciencia en uno o en muchos, van permitiendo construir un futuro diferente.

No espero un consenso. Esperaría el despertar de uno y uno, otro y otro, que muestre que los seres humanos podemos vivir de otra manera y desde la conciencia, construir entornos humanos más reparadores. El mundo no es perfecto, nunca lo será, pero la conciencia de ser artífices de la propia vida genera una perspectiva distinta. En definitiva, soy yo el responsable de mi destino.

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