Lo que se sabe y se enseña sobre la muerte es muy poco. Asusta y, por tanto, evadimos el tema. Nos coge de ‘sopetón’ y a la fuerza nos toca discernir el asunto con el muerto al frente. No hay tiempo para prepararse. Llegó y a asumirlo. Lentamente, sin embargo, hoy la Ciencia y otras disciplinas, se abren a la posibilidad de incorporar nuevos saberes relacionados con la muerte.

En una reciente entrevista la Dra. Elsa Lucía Arango expresaba que una de las cosas que más angustia y hace difícil la aceptación del duelo, es saber si las personas que mueren ‘desaparecen’ o si pasan a otra dimensión donde continúan viviendo sin el cuerpo material. ¿Qué se hizo? ¿Dónde está? Preguntas lacerantes en medio del dolor, de la rabia, la tristeza o todas las anteriores. Pero al aceptar su existencia en otros planos, saber que acompañan, aunque no se los vea, comprobar que desean comunicarse y transmiten mensajes que hay que saber escuchar, termina dándole al duelo otro significado.

He aprendido mucho de Gonzalo Gallo y recuerdo cómo, en una actitud totalmente innovadora, cuando murió Rodrigo Lloreda, Gonzalo, aún sacerdote, convocó a los columnistas del periódico a ‘honrar’ la partida de Rodrigo con una comida en Cali Viejo, donde después de repartir la Eucaristía, cenamos, conversamos y cada quien dio un testimonio sobre su recuerdo de Rodrigo. Anécdotas, humor, detalles, añoranzas, pero una noche llena de amistad y calidez con comentarios que motivaban a recordar con inmensa satisfacción la plenitud de la vida de Rodrigo. Fue inolvidable.

Entonces, ¿por qué no cambiar el significado de los aniversarios y celebrar a cambio de llorar? ¿Por qué no recordar la vida, los momentos de tantísima satisfacción, la presencia de aquellos que tanto significaron en nuestro mundo, que tanto aportaron y enriquecieron? ¿Por qué no hacer un homenaje a la vida no a la muerte? Escribiendo esta columna me encontré con la noticia de que hoy en Francia, el esposo de una fallecida periodista decidió bailar al lado del féretro, acompañando sus pasos con la música Love, para dar un testimonio de alegría a quien fue su compañera y quedar con el sabor ‘dulce’ de los momentos vividos y no con el sabor amargo de la partida. Es algo así como privilegiar la vida por encima de la muerte, que en definitiva no existe. Porque pasar a otra dimensión no es morir, es trascender. No los tenemos físicamente, pero cada vez más los canales de comunicación se amplían y lo que es más importante, lo vivido con ellos es parte de nuestra identidad y nunca desaparece.

El buen recuerdo, los momentos compartidos, la risa y el humor, las metidas de pata, los fracasos, los aciertos, las peleas y discusiones, todo aquello que forma parte de nuestra historia y fue compartido, merece una sonrisa más que una lágrima. O puede que ambas se mezclen, pero los recuerdos no pueden volverse una tortura ni un dolor. Tanto por agradecer y sonreír. Tanto que se compartió no puede reducirse a momentos tristes y de amargura.

Entonces, gracias por tu existencia, gracias por tu amor, gracias por tus hijos, gracias por lo que vivimos y compartimos. Celebramos entonces tu vida, la celebramos reuniéndonos en torno a los recuerdos agradables, a aquello que nos impulsa a seguir para adelante. Hasta que nos volvamos a encontrar…