¿Por qué en cada semana vemos una embarrada tras otra en el gobierno Petro? Simplemente tomemos la última semana. En octubre le ofrecieron la dirección de Invima a Germán Velázquez, un colombiano filósofo y magíster en economía con más de 20 años en la Organización Mundial de la Salud (OMS). Aparentemente, una alternativa interesante para superar el paso en este gobierno de tres directores de tan importante dependencia, clave en el abastecimiento de medicamentos. La semana pasada, Velázquez, cansado de esperar la confirmación del ofrecimiento, decidió olvidarse del Invima y seguir con su exitosa carrera internacional.
Lo de los Juegos Panamericanos fue peor. Bastante se ha escrito al respecto. Ministras del Deporte despectivas frente a tan importante evento. A Petro que no le sonaba que fuera solo Barranquilla, sino que, todopoderoso él, debían entrar otras ciudades como Sincelejo. Ausencia de seguimiento en el gobierno. ¿Estaba o no la plata? Ocampo, el primer ministro de Hacienda, confirmó que sí estaban los recursos. Caos total.
La respuesta es clara: no hay gerencia. La izquierda se nutre de criticarlo todo, dando soluciones carentes de realidad, pero de atractivo empaque dialéctico. Al final, cuando tiene la administración en sus manos, le queda grande implementar soluciones.
La gerencia como arte va más allá de la ideología. La ideología contribuye a establecer fines ulteriores. Pero llegar a ellos requiere una dosis grande de realismo que se construye sobre estrategias. La implementación de estas se hace con base en estructuras diseñadas para lograr hacerlas realidad. Las estructuras se llenan con los equipos humanos adecuados, con perfiles y personas que reúnan las calidades académicas y experienciales que puedan lograr que los proyectos se materialicen en el tiempo requerido. Planificar, hacer, verificar, actuar.
Nada de esto sucede cuando alguien como Petro asume la gerencia. Él se queda en su foco ideológico. Como los gatos, puede durar horas jugando con el empaque sin entender su contenido. El ego supera la nobleza de los fines ulteriores. Su reconocimiento internacional es su gran propósito. Colombia es su escalera para ascender en el reconocimiento que tanto le obsesiona. En la selección del personal, a él le interesan quienes comparten sus odios y quienes aceptan su temperamento egocéntrico. Todo lo contrario, a ser gerente, cuya responsabilidad no está en su gloria, sino en el éxito de la empresa y la garantía de su sostenibilidad.
A un izquierdista radical, el concepto de empresa le repele. Y más la rentabilidad. Ellos quisieran la redistribución de los bienes para el disfrute de los ciudadanos, así este bienestar sea pasajero. Les queda difícil entender que empresas sostenibles, generando empleo, bienestar social, incentivos a sus trabajadores o participación en sus utilidades, no solo generan bienestar, sino perspectiva de futuro para ellos y sus familias. Desde el balcón de las críticas, el modelo vigente no acepta mejoras, hay que derrumbarlo y crear un nuevo sistema regido por la ideología petrista. Este tiene todas las posibilidades de fracasar por idealista y carente de viabilidad. No importa, ya se encontrará a quien echarle la culpa. Jamás será al pésimo gerente que tenemos; según él, seremos todos los demás, por clientes, pacientes, usuarios, etc.
Un buen gerente no nombraría su equipo pensando en a quién golpea con ese nombramiento o a quién le calla la boca para que no mencione sus errores garrafales. Un buen gerente puede hacer grande esa empresa llamada Colombia. En cambio, un remedo de gerente puede ser la hiena que aúlla oronda sobre las ruinas de su país.