Un sabio maestro dijo alguna vez: “Nadie puede robarte o quitarte lo que nunca has hecho tuyo”.

Con una óptica espiritual nada es de uno, todo es prestado y todo se va a perder, menos la esencia espiritual.

Por eso es sabia la invitación budista a aceptar la impermanencia y soltar apegos que amarran.

Sé como el árbol que se desprende en otoño de todo su follaje y renace en una explosión de vida.

Anhela lo que algunos místicos llaman 'desnudez espiritual': tener todo con libertad como si no se tuviera nada.

A eso se llega con un entrenamiento continuo de soltar, desapegarse, compartir y amar libremente.

Donde más cuesta es en los vínculos afectivos que son como lazos invisibles, cuando no son cadenas.

Cuando te amas y Dios llena tu corazón, todo lo demás se relativiza y no te identificas con nada pasajero.

Pero eso vive una unión total con Dios, una comunión de amor que te da la felicidad total y la paz perfecta.
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