Preguntan, desde las altas cumbres de la arrogancia, que eso de la COP 16 para qué sirve. Que quién va a venir a eso. Que si realmente le importa a alguien. Afirman, desde la cima de la ignorancia, que lo que se hará aquí no pasará de ser una pintoresca reunión de burócratas y lagartos. Y se burlan a carcajada limpia, desde la cúspide del arribismo, porque según ellos solo el canal regional Telepacífico pondrá la COP 16 en sus titulares.

¿Nos sorprende? No nos sorprende. El desprecio por las cosas buenas que pasan en las regiones es una de las características de este país de regiones.

Herencia nefasta de la colonia, que se consolidó con la Constitución de 1886 y no se logró corregir con la de 1991, ese centralismo pernicioso aún se cuela en miles de asuntos del cotidiano devenir de esta nación: en la planificación del desarrollo, en la distribución de los presupuestos y en las decisiones de los gobernantes. Incluso, en la definición de dónde se juega la final del Mundial de Fútbol Femenino y también en los prejuicios de quienes hablan a través de medios nacionales.

Los casos abundan y por aquí nos han tocado algunos memorables. ¿Recuerdan cuando el año pasado Néstor Morales dijo que Buenaventura es el peor destino para ir de vacaciones, justo cuando llegaba su primer crucero turístico internacional? ¿Recuerdan cuando Juan Manuel Santos nos hizo el feo y no quiso venir a inaugurar los Juegos Mundiales del 2013? ¿Cómo olvidar las toneladas de promesas incumplidas que le han hecho al Pacífico desde Bogotá a lo largo de su historia?

Centralismo y arribismo son dos de los grandes muros que dividen a este país. A menudo, como en este nuevo caso, van de la mano con el sectarismo político. Que es esa otra forma inútil de la guerra con la que nos desangramos día a día a través de las redes sociales, sin solucionar uno solo de los graves problemas que padecemos.

No sé todavía qué fue lo que le hicimos los caleños a Luis Carlos Vélez y sus amigos para ganarnos esa descarga matutina de desprecio gratuito, pero creo que debemos agradecerle.

Porque si alguien en este país no sabía qué es la COP16, ahora ya lo tiene claro. Y porque nos recordó a los caleños la necesidad de unirnos para proteger a Cali del odio, con ese escudo natural que llevamos siempre en el rostro: la alegría.

Porque sepa usted, Luis Carlos, que no nos ha dañado. Aquí estamos felices. Orgullosos y muy felices de saber que vamos a recibir a los científicos y técnicos de casi 200 países que vendrán a Cali a discutir fórmulas para que todos los niños de este planeta, incluidos sus dos bellos hijos, todavía tengan mañana un planeta dónde vivir. Para eso va a servir la COP16 ¿Le parece poco?

Aquí, junto con todas “las caras lindas de mi gente negra” del Pacífico, nos estamos preparando para ser los mejores anfitriones. Y de la mano con mucha otra gente de esas regiones que no existen para el país centralista, en Cali vamos a hacer una gran fiesta por la biodiversidad y la vida.

Y por supuesto que la vamos a contar con lujo de detalles por nuestro amado canal regional Telepacífico y por El País. Porque la alegría no será noticia en La FM, pero no necesita titulares internacionales para existir.

Así que gracias, Luis Carlos, y bienvenido a Cali, si decide salir de Miami para conocer este país de regiones unidas por la COP 16. Lo esperamos. Se lo aseguro: un pandebono y un viche son la mejor cura para la amargura.