No siempre aciertan los entes que otorgan los máximos premios literarios o cinematográficos, y a veces se cometen tremendas injusticias. La Academia Sueca que anualmente premia al escritor vivo más destacado en el mundo de las letras, dejó morir esperándolo a Jorge Luis Borges, quien tenía más que merecido el galardón, lo que a mí me parece absurdo cuando esa misma entidad le dio en 1904 el Nobel de Literatura al mediocre José Echegaray, del que conozco una simpática anécdota.

Cuando el español recibió el premio, el Ayuntamiento de Madrid le puso su nombre a una calle, y don Jacinto Benavente -él sí merecedor posteriormente del premio- dijo a la prensa que él tenía un amigo que vivía en el No. 20 de esa calle, y que cuando le escribía, ponía en el sobre: Calle del Viejo Idiota, 20, y la carta llegaba a su destinatario.

La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas también se descacha. Yo no he podido entender cómo una actriz de la categoría de Greta Garbo se fue a la tumba sin haber obtenido el Óscar. En 1955, ya retirada, le dieron un Óscar honorífico, una especie de premio de consolación.

Suelo volver a las películas de Greta Garbo con relativa frecuencia. He logrado llevar a mi bien provista cinemateca casi todas las películas de esta extraordinaria mujer, incluidos los filmes en la época del cine silente.

Es posible que en mi infancia haya visto en el teatro Boyacá de Tuluá las películas de la luminaria sueca, pero fue ya en la juventud que empecé a interesarme por ella, que se convirtió en la más taquillera de las actrices de Hollywood, colmando de dólares las cuentas bancarias suyas y las de la Metro Goldwyn Mayer, que tuvo la buena suerte de contratarla con exclusividad.

Su primera aparición en el cine parlante fue en Anna Cristie, que le valió la primera nominación al Óscar. Posteriormente fue nominada también por Reina Cristina y La Dama de las Camelias, esta última su mejor interpretación según su propio criterio.

De sus películas resalto, además de estas, Ninotchka, en la que por primera vez ríe, y Ana Karenina, la dura tragedia de León Tolstoi, que muestra el romance escandaloso en la pacata Rusia de entonces.

María Walewska, condesa polaca amante de Napoleón, a quien se le adjudicó el hijo que tuvo la bella aristócrata. En ella actuó también otro grande: Charles Boyer, el astro francés que logró un Bonaparte tal como lo describen sus biógrafos.

Greta Garbo filmó entre 1920 y 1941. En este año y en el pináculo de la fama, tomó la drástica resolución de no actuar más. Nadie supo el motivo que la llevó a tomar esa decisión. Lio bártulos y se fue a vivir a Nueva York, sola en un apartamento cerca del Parque Central, hasta su fallecimiento en 1990, a sus 85 años de edad.

Greta Garbo se encerró en su vivienda de la que solamente salía a lo indispensable, siempre tratando de eludir a los fotógrafos que pretendían capturarla con sus impertinentes cámaras. Con grandes gafas oscuras y sombreros de anchas alas cubría su rostro.

Ese rostro perfecto, visto jamás en otra actriz de cine. Ni Ava Gardner, ni Elizabeth Taylor, ni mi amada Marilyn Monroe se le equiparan. Sus ojos, con esa mirada líquida que semejaba un lago en calma, no se vieron otros en las pantallas. Y los gestos, que transmitían más que lo que expresaban las palabras, nadie, pero nadie, nadie, ha sido capaz de alcanzar tal perfección.