Las fotos de Guaidó con miembros de la banda criminal ‘los Rastrojos’ durante el cruce de la frontera en la crisis de febrero es la puntada definitiva para demostrar que al día de hoy las posibilidades de una salida al régimen chavista en Venezuela son mínimas. Maduro, Diosdado, Padrino y demás no solo lucen sólidamente aferrados al poder, sino que no hay señales de cambio en la desastrosa conducción de la economía y el cierre de las libertades políticas.
Las iniciativas de Guaidó fueron, en su momento, alternativas que daban una pequeña luz de esperanza. Al menos eso era mucho mejor que no hacer nada y dejar que el estado de decadente resignación en que se había empozado la oposición se sedimentara aún más. Sin embargo, luego de medio año de la apuesta de Guaidó por una insurrección de los militares y de la población, y del éxito de la liberación de Leopoldo López, la oposición pareciera volver al estado de empozamiento crónico. Han abandonado cualquier tipo de iniciativa y, por consiguiente, las probabilidades de cambio se han reducido a casi cero.
No es un problema de voluntarismo. Proponer alguna iniciativa para poner en apuros al gobierno de Maduro es cada vez más complicado. El aseguramiento de una base leal de militares a cargo de las tropas que eventualmente podría derrocar a Maduro y demás camarillas en el poder es el factor central que permite pensar en el chavismo como un proyecto autoritario de largo plazo. Al día de hoy, desde el interior de Venezuela, no pareciera existir ningún otro actor capaz de propiciar un cambio de régimen. Es más, podría decirse que el Ejército es el actor político que decide quién puede estar a cargo del gobierno de Venezuela.
El respaldo de la inteligencia cubana y el sistema de repartición clientelista de las rentas de la corrupción han sido los dos mecanismos utilizados con la mayor efectividad por Maduro. Cualquier disidencia entre el mando militar es detectada y aislada con tiempo suficiente por los cubanos, antes que alcance a organizarse y pueda poner en riesgo al gobierno. Y si hay lealtad, hay fortuna. Maduro les permite a los militares comprometidos con el régimen robar y lucrarse del narcotráfico a manos llenas.
Desde afuera tampoco hay mayor margen de maniobra. El único factor real que podría conducir a un final del régimen chavista sería la intervención militar de estados Unidos. De hecho, bastaría la sola amenaza real de invasión, -un portaviones estacionado en frente de las costas venezolanas-, para que afloraran las potenciales disidencias dentro del Ejército. Hacerse matar en una guerra que se antoja con posibilidades nulas de vencer, con el propósito de sostener a Maduro, Diosdado y el resto en el poder, muy difícilmente esté dentro de las expectativas de los soldados y oficiales venezolanos.
Sin embargo, más allá de las sanciones y su natural bravuconería es poco lo que Trump ha hecho para demostrarle al gobierno y a los militares venezolanos que Estados Unidos sí va en serio cuando habla de una eventual intervención por la fuerza. Simplemente en Venezuela no creen que la amenaza se vaya a materializar. El gobierno venezolano se ha dado incluso el lujo de coquetear con Putin y China en la geopolítica mundial.
Ante esas limitaciones poco puede ofrecer Guaidó o cualquier otro líder de la oposición a la sociedad para llevar a cabo algún tipo de movilización con éxito.
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