¿Cuándo han oído ustedes a un paisa hablar mal de Medellín? Y no es que allá no sucedan cosas iguales o peores de las que aquí acontecen. Sin embargo, y fieles a su idiosincrasia, o que sé yo que más motivos tendrán, el hecho es que allá sí que practican aquello de que la ropa sucia se lava en casa.
Se ha vuelto costumbre, porque el mal ejemplo cunde, el hablar mal de nuestra ciudad. Es como una fijación obsesiva. Aquí todo está perdido. Todo es una porquería. Crítica va, crítica viene. Todos son ladrones o corruptos o porque hacen o porque no hacen. ‘Naides’ es bueno u honesto. Todos son malos y todo es malo.
Se hacen apuestas para competir en quién tiene la peor noticia o experiencia para contar y todo se queda en chismes y calumnias. Somos antropófagos. De ahí el dicho bellaco de que ‘caleño come caleño’
No somos conscientes que estamos en un renacer de nuestra ciudad. Un nuevo aire de optimismo se respira en Cali a pesar de todos los problemas que tenemos y que es necesario solucionar. Pero con estas actitudes negativas, ni Mandrake es capaz de superarlas.
Elegimos un buen alcalde que obtuvo unas aplastantes votaciones en todos los estratos y quien ha comenzado muy bien buscando unir a sus conciudadanos, dándoles espacio a todos, sin exclusiones ni revanchismos.
Tiene un plan de desarrollo serio y factible. Está erradicando la corrupción. Se unta de pueblo. Trabaja como una hormiguita. Aunque tímido de nacimiento, es alegre y jovial. Le llega a la gente, anda embluyinado y con tenis, tal y como se le veía antes de asumir esta investidura. Escucha y habla menos de lo que hace. Se le ve por todas partes y cuenta con un buen equipo de trabajo. No hace milagros ni promete imposible. ¿Qué más quieren?
¡Pero no! Ahorita mismo el conductor de una 4X4 me acusó de ser dizque Ederista y que este alcalde es un ‘izquierdista de caviar’. Nada le pude contestar porque en ese momento cambió el semáforo y me quedé sin preguntarle que cuál caviar, si lo que prefiere -a escondidas de su bella y solidaria esposa- son marranitas y champús cuando no choripanes y luladas.
Es necesario que dejemos esa actitud suicida contra nosotros mismos. Debemos ser P&P (pacientes y prudentes) y dejar de ver el vaso medio vacío y no medio lleno. Por eso les invito a que hablemos bien de Cali -empezando por quien escribe estas líneas- lo cual no significa que nos quedemos callados y no seamos autocríticos, pero de manera constructiva.
No nos preguntemos que puede hacer Cali por nosotros, sino que podemos hacer nosotros por Cali. Y es que está volviendo a nuestros corazones el civismo, aquello que nos caracterizó hace unos años. Y es que aquí, ‘nos unimos o nos hundimos’. Por eso: ¡Hablemos bien de Cali!
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Posdata: ¿Quién se le mide a imprimir unas calcomanías para los carros que digan “Yo hablo bien de Cali” para repartirlas profusamente?