Por: Germán Martínez R., vicario episcopal para la educación
La posesión tiene muchos rostros: las cosas (no me toques mis cosas), el desperdicio (más puede el ojo que la barriga), la autosuficiencia (no me ayude, yo también puedo), la supremacía de las leyes económicas sobre las morales (no se puede ser bueno, se la montan a uno), el egoísmo (primero yo, segundo yo, tercero yo), el placer (quiero esto ya), la vanidad (quiero mostrarme), etc.
Frente al dejar/seguir que inquieta a uno de los discípulos más “primarios” (Pedro), Jesús de Nazaraet propone el dejar/recibir, lo que se entrega libremente, se vuelve a encontrar más enriquecido y ampliado, la lógica evangélica no es nuestra lógica. No invita el Nazareno a destruir los bienes materiales, invita a donarse totalmente y entonces esos bienes se transforman en vida, en liberación, en alegría, en creatividad, en esperanza. Pero no es tan fácil la cosa: el pasaje del evangelio de hoy, domingo 13 de octubre, habla de una persona anónima que pregunta a Jesús qué se debe hacer para tener la vida eterna. Ahí comienzan los problemas interpretativos: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo Dios… desde mi juventud he cumplido los mandamientos… Fijando en él su mirada con cariño, le dijo: Una cosa te falta; anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme. Se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes… es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja que el que un rico entre en el Reino de Dios… para los hombres, imposible, pero no para Dios, porque todo es posible para Dios… nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno y en el mundo venidero, vida eterna”. El Nazareno, ante todas las preguntas sustanciales de esta vida, remite siempre al primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”, (Deuteronomio 6, 5). La total renuncia a las posesiones indica cuál es el amor mayor, el más grande, el amor según Dios, Él es el que no posee nada, pero da todo y hace caer la lluvia y salir sol continuamente. El metro para querer a Dios no está en un cumplimiento de normas, sino en la disponibilidad para salir plenamente de sí mismo y donarse a los demás. Desde el primer libro de la Biblia se lee: ¿Hay algo difícil para Dios? (18,14), y el ángel de la Anunciación repite a María de Nazaret: “Porque no hay nada imposible para Dios”, (Lucas 1,37). La conversión es don de Dios. Eso sí, hay que pedirla.