Por: monseñor César A. Balbín Tamayo, obispo de Cartago

En las lecturas de hoy resalta la figura del ciego de Jericó. El Evangelio nos ofrece un relato esperanzador para quienes se encuentran a la vera del camino, aislados, sin ver la luz, sin oportunidades, sentados, disminuidos. En problemas...

Hay que fijarse bien en todo el contenido del relato. No es la sola curación la que nos sorprende. Cada detalle significa mucho y en cada uno de ellos encontramos un guion para nuestra reflexión de hoy. Su nombre era Bartimeo, hijo de Timeo, ciego, estaba al borde del camino, sentado, en actitud de pedir, buscar ayuda, compasión; cubierto con un manto. Si Jesús ya iba de salida, entonces el ciego, seguramente, estaba en la periferia de la ciudad, en la salida.

Bartimeo no deja escapar la ocasión. Oyó que pasaba Jesús, entendió que era la oportunidad de su vida y actuó con rapidez. La reacción de los presentes («le gritaban para que se callara») pone en evidencia la inconfesada pretensión de los «acomodados» de todos los tiempos: que la miseria permanezca oculta, que no se muestre, que no perturbe la vista y los sueños de quien está bien.

El término «ciego» se ha cargado de tantos sentidos negativos que es justo reservarlo, como se tiende a hacer hoy, a la ceguera moral de la ignorancia y de la insensibilidad. Podemos decir que Bartimeo no es ciego, no tiene una incapacidad, es solo invidente. Es la diferencia que hacemos entre ver y mirar, y entre oír y escuchar.

Con el corazón ve mejor que muchos otros de su entorno, porque tiene la fe y alimenta la esperanza. Más aún, es esta visión interior de la fe la que le ayuda a recuperar también la exterior de las cosas. «Tu fe te ha salvado», le dice Jesús. Otro de los detalles que debemos poner de manifiesto, es que Jesús iba de salida, por lo tanto, era la última oportunidad que tenía el ciego. Tira el manto y salta: quiere alcanzar esta oportunidad para que no se escape, así pierda algo tan valioso para un judío, como es el manto. Aquí la iniciativa es de Bartimeo. Él se hace notar: grita, y fuerte. Jesús pasa de largo, la multitud lo rodea, como que lo acapara. Ante la insistencia del ciego, Jesús le llama. La pregunta de Jesús parece sobrar: ¿Qué quieres que haga por ti? Le pide a Jesús un milagro: no le pide limosna. Comienza un verdadero proceso de conversión.

Pero suceden dos milagros: recobra la vista y sigue a Jesús. Hoy el Señor a través de su palabra nos hace un llamado para que no solo miremos, sino para que veamos: ver con los ojos de Jesús al otro, el entorno en el que vivimos. Para poder ver, juzgar y actuar. Buen domingo.