Por lo que más quieran, terminemos ya con ese verso de que las barras bravas son importantes y necesarias en el fútbol. Está demostrado que esta gente lo único que hace es ampararse en la irrisoria frase de ‘es que mi equipo es mi vida’ para delinquir, intimidar y atentar contra la integridad de los protagonistas del deporte que ellos mismos dicen amar.

Nada más falta mirar lo sucedido el domingo en el Pascual Guerrero. En medio de toda esa trifulca entre la Policía y estos desadaptados se encontraba Adrián Ramos, emblema del América y del fútbol vallecaucano, que se despedía oficialmente del club. Fue triste ver cómo un caballero como Adrián, respetado incluso por sus rivales, pasó sus últimos minutos en el estadio que más ama llorando y pidiendo perdón frente a una barra que dice venerarlo. Si ese es el trato que ellos le dan a su ‘ídolo’, qué puede esperar entonces el resto de la sociedad.

Es aquí donde hay que recordarles a estas personas que hicieron los desmanes, una verdad que pocos se atreven a decirles: ustedes no representan nada bueno, ni para la sociedad ni para el fútbol, y entre más lejos estén de los estadios, mucho mejor. Es una gran ironía que se sientan esenciales para los equipos y que se crean con el derecho de exigirles resultados y presionarlos, cuando ustedes no pagan los sueldos de los jugadores, y tampoco invierten un solo centavo a su club, porque las boletas se las regalan los directivos por miedo a sus represalias.

Pero la crítica no es solo para estos desadaptados, sino también para las autoridades de Cali. Fue increíble la manera como el Secretario de Deporte y Recreación, Felipe Montoya, y la Comisión de Fútbol Local, se creyeron el cuentazo de que estos sujetos se iban a portar bien y les levantaron las restricciones de pólvora, banderas y elementos. Es como liberar a un ladrón y dejarlo al lado de un banco vacío. No se puede ser más iluso y permisivo.

La situación, sin embargo, no cambiará hasta que no haya medidas de verdad. Mientras las sanciones se sigan aplazando cada que hay una final, como pasa aquí en Cali, estos criminales seguirán haciendo lo que más saben: alejar al verdadero hincha y a su familia del estadio. Porque el hincha de verdad es ese que sí paga una boleta, y que apoya, critica, protesta y silva, pero teniendo claro que hay límites y que no se puede pasar por encima del resto y de las autoridades.

Encarezcamos el precio de las boletas, pongamos condenas ejemplares para estas acciones vandálicas, hagamos ingreso biométrico a cada partido, lo que sea, pero no dejemos que el deporte más lindo del mundo se vea afectado por unos tipos a los que los mismos equipos han subido a un pedestal que de ninguna manera merecen.