Son sobrevivientes de la bomba atómica los que hablan. Sus nombres son Toshiyuki Mimaki y Kazumi Matsui y forman parte de la organización Nihon Hidankyo que acaba de ganar el Premio Nobel de la Paz 2024.
La organización agrupa a los llamados hibakusha, es decir los afectados por Little Boy, un artefacto nuclear cargado de Uranio-235, y Fat Man, una bomba de Plutonio 239, con los que acabaron con la vida de 140 mil personas en Hiroshima y Nagasaki, dejando una secuela que aún no termina.
Muchos ya no están. “Somos cada vez menos lo que podemos dar testimonio de la capacidad destructora que se consigue con un hundir un botón; es la maldad absoluta”, dicen los sobrevivientes.
La relectura de Hiroshima, un incunable del periodismo, se me volvió un imperativo. El libro escrito por el corresponsal de guerra norteamericano John Hersey, uno de los primeros periodistas occidentales en llegar a ver las ruinas del bombardeo y ser testigo del impacto de una explosión nuclear y el valor de enfrentarse al dolor de los miles de japoneses, resultó de las varias entregas publicadas inicialmente en The Newyorker.
Hersey entrevistó a muchos, pero finalmente armó el reportaje con un lenguaje tranquilo, meticuloso, una narración llena de detalles de lo ocurrido minuto a minuto en la vida de un monje, la viuda de un sastre, un médico, una secretaria, un comerciante, un empleado y un cura jesuita desde el amanecer del fatídico 6 de agosto de 1945. El libro me confirmó el horror de aquel holocausto nuclear.
El Comité Nobel noruego justificó su decisión en los esfuerzos del movimiento por lograr un mundo “libre de armas nucleares y por demostrar a través de los testimonios de testigos que las armas nucleares jamás deberían ser utilizadas de nuevo”.
Una pretensión que resulta retórica en el momento actual, en el que la demencia autoritaria ronda el universo y los gobernantes de las potencias mundiales tienen en su agenda armarse y destruir al otro con la justificación de tener que defenderse.
Hace ochenta años el registro eran fotos y despachos radiales o de prensa, pero ahora son sucesos en vivo y en directo, en tiempo real, a los que nos enfrentamos a diario. La capacidad de crueldad del ser humano en toda su dimensión. Basta ver a un Netanyahu aplastando a Gaza.
Por esto me aterra la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y su poder ilimitado, con el que tendrá control de la Presidencia, el Senado, la Cámara de Representantes y la Corte Suprema de Justicia.
Un iluminado quien dará sin escozor la orden de hundir el botón mientras celebra la precisión de un swing en su campo de golf de Mar a Lago, en la Florida, al lado de su nuevo mejor amigo Elon Musk, a quien le importan más los extraterrestres que los seres humanos.