Por esta época se elige la palabra de año para los medios, la palabra más consultada en los motores de búsqueda, las nuevas palabras aprobadas por la Real Academia, entre otras.

Entre las candidatas a palabra del año 2024 se encontraban gordofobia, micropiso, narcolancha, reduflación, turistificación y woke, aunque el Diccionario de la Lengua Española dio por ganadora a ‘Dana’.

Dana es un fenómeno atmosférico que fue noticia trágica en el este y sur de la península ibérica, a finales de octubre, pues por su causa fallecieron más de 200 personas y muchas otras resultaron afectadas por los múltiples destrozos ocasionados, explicó FundeúRAE.

En Colombia existen varias palabras que, más que nuevas, se han despojado de su naturaleza original y hoy significan otras muchas cosas, en esta tendencia global que podría resumirse como “si no puedes o no quieres cambiar la realidad, al menos cambia la narrativa”, y por eso hasta la espada de Bolívar ya no fue robada sino “rescatada”, y los soldados no “secuestrados sino retenidos humanitariamente”, entre otras.

Otra, esta sí preocupante, es la palabra ‘Violento’, que por significar tantas cosas ya no significa nada, pues ahora todo, hasta las más insignificantes posturas, pareceres y situaciones de interacción cotidiana son susceptibles de caber dentro de la impronta ‘violenta’.

Mi palabra personal de este año es una que no tiene traducción al español: Ikigai. Es japonesa. Resultado de cuatro elementos clave para la vida: la vocación, la misión, la profesión y la pasión.

En otras palabras el Ikigai es hallar el sentido de la vida en el cruce de caminos de eso que amas hacer y te apasiona, aquello en lo que además eres bueno y, por consiguiente, te pagan bien por hacerlo aunque lo harías gratis y lo seguirías haciendo incluso si fueras archimillonario.

El ikigai de cada persona es tan distinto como su propia identidad, una receta de autor, y hallarlo es una mezcla de coherencia personal, radar y brújula en caso de duda. Como camino otorga un profundo sentido de realización personal.

Hay padres que, con buena intención, desvían a sus hijos del Ikigai. Y personas que lo encuentran ya entradas en la vejez.

A todos los lectores de esta columna, parte amorosa de mi Ikigai, les deseo que este regalo sin precio sea lo que se otorguen a sí mismos y a sus familias, en esta Navidad y por siempre.