Cómo no adherir al entusiasmo por la creación del Área Metropolitana del Suroccidente. Me sumo a este fervor, aunque, conociéndonos como nos conocemos -maestros en promesas e indisciplinados ejecutores- me asiste un escepticismo razonable. El éxito de cualquier proyecto regional no se sustenta en aspiraciones aisladas, sino en una estructura técnica y organizacional sólida, respaldada por un marco institucional robusto y una gobernanza flexible pero firme, capaz de resistir los embates del clientelismo y priorizar los argumentos técnicos sobre las conveniencias políticas.
Esta visión debe anclarse en proyectos estructurantes, financiamiento multilateral y alianzas público-privadas que aseguren su impacto, con planificación integral y sostenibilidad como pilares de un desarrollo equitativo y duradero. Sin embargo, la región aún carece de proyectos de envergadura que consoliden su futuro; incluso el tren de cercanías, aunque ambicioso, no abarca toda la región ni se plantea de forma integral, sin vínculos con sectores como las industrias culturales o deportivas.
Pocos recuerdan hoy el fracaso de la Región de Planificación y Gestión (RPG) del G11, una ambiciosa iniciativa de 2014 para integrar municipios del sur del Valle, que dejó una advertencia clara. Conocida como la ‘región de ciudades’, el G11 careció de una estructura institucional sólida y de un marco legal que garantizara la ejecución de proyectos. Los acuerdos se diluyeron en promesas, y las reuniones quedaron como diálogos vacíos. Desde un rol técnico, pude atestiguar su potencial, pero durante casi tres años, los proyectos se estancaron en intenciones y costosos estudios de viabilidad que hoy han perdido vigencia.
La Ley 1625 de 2013 ofrece un marco más ágil para que municipios coordinen transporte, planificación urbana y servicios. La experiencia del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, anterior a esta ley y con un impacto sin precedentes en Colombia, demuestra cómo una gobernanza sólida y proyectos estructurantes transforman una región. Desde 1995, la inauguración del Metro de Medellín, con una inversión de $2.000 millones de dólares, redujo la congestión en un 20%. Expansiones como el Metrocable en 2004 mejoraron la movilidad e inclusión social, resaltando el valor de un liderazgo coordinado y eficaz, apoyado por actores clave como las Empresas Públicas de Medellín.
En Estados Unidos, ejemplos como el Metropolitan Council de Minneapolis-Saint Paul, que gestiona transporte y servicios compartidos para más de 3 millones de habitantes, y la WMATA en Washington, D.C., que moviliza a más de 600.000 pasajeros diarios, ilustran cómo la colaboración público-privada refuerza la eficiencia operativa y la inversión. El ABAG en San Francisco Bay Area, que coordina el desarrollo económico y la vivienda para 7,7 millones de personas, destaca la importancia de la planificación estratégica y la gobernanza eficaz.
El Distrito Especial de Cali debe aprovechar su marca territorial y el legado de la COP16, que reafirmó su compromiso con la sostenibilidad. Proyectos como cinturones verdes y restauración de cuencas fortalecerían la resiliencia climática y fomentarían una economía verde. Inspirándose en Portland, donde la agencia Metro gestiona más de 17,000 acres de espacios naturales, Cali puede liderar la creación de corredores ecológicos. Además, centros de innovación vinculados a la agroindustria y los servicios, al estilo de San Francisco, cuya región contribuye con un 25% del PIB tecnológico de EE. UU., potenciarían la inversión y el desarrollo tecnológico.
Enhorabuena por la promesa de un horizonte compartido, donde Cali y los seis municipios vecinos unan fuerzas en una sinfonía de voluntades que dinamice sus economías, revitalice su industria y gestione con sabiduría los recursos ambientales, todo al servicio de una vida más plena y amable para sus habitantes. Este es un llamado a la colaboración y al fortalecimiento de la región como un conjunto integrado.
Sin embargo, el verdadero desafío no concluye el 24 de noviembre. Una vez superado el umbral político, comienza la tarea más exigente: forjar bases organizativas sólidas que sustenten esta visión en el tiempo. Más allá de los documentos de planificación, será indispensable un liderazgo tenaz y una estrategia lúcida que conviertan la esperanza en acción, asegurando que la visión trascienda los ciclos políticos y se ancle en un desarrollo regional equitativo y sostenible. ¿Quién asumirá la responsabilidad de guiar y proteger este propósito estratégico? Lo sugeriremos después.
*Consultor internacional, estructurador de proyectos.