La capacidad de los líderes políticos para manejar sus emociones se ha convertido en un factor determinante para el éxito en el ejercicio de su liderazgo.

La política es un campo altamente emocional. Los líderes políticos deben lidiar con situaciones estresantes, tomar decisiones difíciles y enfrentarse a críticas constantes. En este sentido, la inteligencia emocional les permite mantener la calma bajo presión y tomar decisiones racionales basadas en el análisis de los hechos, en lugar de dejarse llevar por impulsos o reacciones emocionales.

Además, la inteligencia emocional juega un papel crucial en las relaciones interpersonales dentro del ámbito político. Los líderes políticos deben ser capaces de establecer conexiones significativas con sus colegas, colaboradores y organizaciones que lo controlen y le hagan veeduría. Esta habilidad les permite lograr transmitir de la mejor manera la información relevante, negociar acuerdos y persuadir de una manera positiva a otros para lograr sus objetivos. La empatía, una habilidad clave dentro de la inteligencia emocional, les permite comprender las necesidades y preocupaciones de los demás actores políticos y encontrar soluciones mutuamente beneficiosas.

Un ejemplo claro del impacto positivo de la inteligencia emocional en la política lo encontramos en el liderazgo del expresidente Barack Obama durante su mandato. Obama era conocido por su habilidad para comunicarse efectivamente con diferentes audiencias y generar empatía entre personas con puntos de vista divergentes. Su capacidad para manejar las emociones propias y ajenas le permitió construir coaliciones exitosas y lograr avances significativos en temas sumamente álgidos como lo fueron la reforma de salud (Obama-Care) y el cambio climático.

Al contrario, la falta de inteligencia emocional en las actuaciones de líderes políticos puede tener consecuencias negativas para las instituciones que representan y la sociedad en general. Los líderes políticos que carecen de esta habilidad pueden ser propensos a tomar decisiones impulsivas o reaccionar de manera agresiva ante críticas o desafíos. Esto puede generar conflictos innecesarios, erosionar la confianza y obstaculizar el progreso en la toma de decisiones. Ejemplos de actuaciones que dan cuenta de esta carencia son los choques de trenes que se advierten mediáticamente entre las tres ramas del poder público, o las reacciones de nuestros gobernantes a los cuestionamientos que hace sobre su actuación la ciudadanía. Estas reacciones airadas y sin mesura generan desconfianza en las instituciones y una polarización innecesaria, en una ciudadanía que busca armonía en lo público.

Dejemos por sentado que la inteligencia emocional es fundamental para construir una imagen pública positiva. Los líderes políticos deben ser capaces de transmitir confianza, empatía y autenticidad a los ciudadanos. Aquellos que carecen de estas habilidades pueden parecer distantes, fríos o poco genuinos, afectando su popularidad y su capacidad para movilizar apoyo, volviéndolos solamente el objetivo de las tendencias de las redes sociales, pero por su percepción negativa.

Desarrollar habilidades blandas es fundamental para el rol público que se afronta. Más allá de la imagen que se quiera transmitir en la candidatura, el gobernante debe ser ecuánime y abierto al debate constructivo. No nos dejemos llevar por el sensacionalismo de los conflictos entre figuras públicas; más bien demandemos de ellos la articulación y la actuación ética y responsable que nos deben a todos.

*Director Unidad de Acción Vallecaucana