Cuando el M -19 se tomó la Embajada de República Dominicana en Bogotá en 1980, ella se abrió paso en medio de los soldados y periodistas con un cuadro del Señor de Los Milagros de Buga y lo colgó en una ventana externa del edificio. “Yo confío en que el Señor no deje que esto se vuelva una masacre”, le dijo a los reporteros y enseguida, sin temor alguno, siguió su rumbo a la capilla de las Hermanitas de la Anunciación, cerca de la Calle 45.

Dos meses después, tras 52 días de negociaciones, cuando el gobierno acordó que los guerrilleros y los diplomáticos secuestrados viajaran a Cuba donde serían liberados, ella regresó a la Embajada para recuperar el cuadro. Entonces dijo, como certificando la profecía: “Esta ha sido la única toma guerrillera que termina por vías pacíficas”.

Su nombre era María de Jesús Hoyos de Ossa, pero todos en la familia y quien la conociera la llamábamos ‘Jesusita’. Yo la recuerdo con su cabello completamente blanco, sus manos entre las mías mientras me decía palabras dulces con su acento paisa, para después continuar con sus labores. Jesusita siempre tenía algo por hacer, como si la vitalidad de la juventud jamás se le hubiera ido. Tal vez por eso vivió hasta los 101 años.

Los encuentros con ella eran en la Basílica de Buga. Allá permanecía poniendo las flores en el camerín donde está el Señor de los Milagros, sobre todo orquídeas, orando por los enfermos y los necesitados.

Los testimonios de personas que aseguran que las plegarias de Jesusita les salvaron la vida se cuentan por decenas, y fueron publicados en un pequeño libro que, en 2020, lanzó la Congregación de Padres Redentoristas, a manera homenaje tras su muerte. Allí, también, Jesusita contó su historia.

Nació en Caramanta, Antioquia, en 1919. Sus papás fallecieron jovencitos. Enrique Hoyos a los 42; Dolores Botero, a los 38. Con sus 4 hermanos, Jesusita se crio con los abuelos. “Mi abuela era muy piadosa. Tenía un cáncer de garganta, y cuando sentía dolor, se colocaba una imagen del Señor de los Milagros en el cuello y se iba calmando. Así me fue inyectando el amor por Jesucristo”.

Jesusita también se casó joven como su mamá, a los 17, y el primer paseo con su esposo, Joaquín Ossa, fue a Buga. “Tengo que arrimar a conocer al Señor de Los Milagros. He oído hablar mucho de él y me inspira un amor grande”, le dijo. Desde entonces, Jesusita, que tuvo 4 hijos, nunca dejó de ir. Incluso dormía en el convento de la Basílica. “A los pies del Señor de Los Milagros me siento como embobada”.

Muchos años después, cuando Joaquín murió, Jesusita se dijo que su esposo sería el Señor de Los Milagros, y se dedicó a él. Ella contaba que fue el Milagroso el que la salvó de un glaucoma. El diagnóstico que recibió en un consultorio de Medellín era aterrador: había que sacarle el ojo izquierdo. Jesusita regresó a Buga, y, en la Basílica, le pidió a Dios. Se desmayó y los ojos dejaron de dolerle. Nunca la vi con gafas.

En otra ocasión, cuenta Jesusita en el libro de los padres redentoristas, una señora llamada Mery Martínez le pidió que orara por ella. Estaba muy enferma después de que le sacaran “unas piedras del estómago”, cálculos. Jesusita la invitó a su casa y la encomendó al Señor de Los Milagros. Mery sintió ganas de vomitar. Unas horas más tarde llamó a Jesusita y le dijo: “ya estoy aliviada, cuando vomité vi una piedra”. Jesusita le respondió que todo era obra del Milagroso de Buga.

Ella cargaba un aceite bendito, el aceite del Señor de los Milagros, y fue el ungüento que le aplicó a un bebé mientras oraba por él. Durante el parto debió ser sacado del vientre con fórceps, lo que le generó un daño en la cabeza. Los médicos decían que el niño no podía moverse. Ahora es un músico radicado en España. Se llama Gustavo Adolfo.

Lo mismo hizo con obreros electrocutados, sacerdotes afectados en las rodillas, y todos coinciden en que las oraciones de Jesusita al Señor de Los Milagros tuvieron resultados que la ciencia todavía no explica.

Ella por su parte siguió tan tranquila, con su amor al Milagroso que sedujo a miles de personas. Jesusita hizo parte del grupo de misioneros que decretaron los 14 de cada mes como el día de la misa en honor al Señor de Los Milagros. La tradición se mantiene como una manera de honrar su huella.