Posiblemente, cuando tenga ante sus ojos esta columna de opinión, o estamos finalizando el año viejo, o ya hemos inaugurado el nuevo. Nuestro deseo para el 2023 es fundamentar la paz, puesto que con ella lograremos nuestra realización, que es lo que nos produce la verdadera felicidad. Pero la pregunta que nos debemos hacer, es: ¿Y qué es la felicidad, en qué consiste?; el papa Francisco en todas sus intervenciones, de una forma u otra nos dice: “El único camino de la verdadera felicidad y único medio también de reconstruir la sociedad, es vivir las Bienaventuranzas”.

Jacques Philippe, en su libro, que es el título de esta columna, hace esta afirmación: “El mundo de hoy está enfermo de su orgullo, de su avidez insaciable de riqueza y poder, y no puede curarse sino acogiendo este mensaje”. Mensaje que no solamente lo dice en su libro el autor, sino que el papa Francisco lo coloca como centro de la madurez del hombre y de la perfección de discernimiento y compromiso con la transformación real del mundo en el cual debe comprometerse un auténtico cristiano.
Es así entonces que afirma, que el quehacer político es la práctica más cercana a la verdadera caridad cristiana, por tanto como lo dice en su mensaje del primer día del año 2023, en su jornada 56 por la paz: “Nadie puede salvarse solo, No podemos buscar solo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo, más pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común”.

Cuando habla el papa Francisco sobre lo que él piensa de la política actual, y lo ha hecho en varias oportunidades, dice que la ve sucia; pero a su vez se pregunta: ¿Y dónde están los cristianos actuando políticamente para evangelizar con ella? Y en el libro ‘Soñemos Juntos’, en su prólogo, propone crear “un movimiento popular, que sepa que nos necesitamos mutuamente, que tenga un sentido de responsabilidad por los demás y por el mundo. Necesitamos proclamar que ser compasivos, tener fe y trabajar por el Bien Común son grandes metas de vida que requieren valentía y reciedumbre”.

Pero para poder lograr lo anterior, es necesario saber leer los innumerables signos, o maneras de hablarle Dios al hombre, para que él pueda discernir: elegir, pues decía en su catequesis del 21 de diciembre de este año: “Siempre, cada día, lo queramos o no, realizamos actos de discernimiento, en lo que comemos, leemos, en el trabajo, en las relaciones, en todo. La vida nos pone siempre frente a elecciones, y si no las realizamos de forma consciente, al final es la vida la que elige por nosotros, llevándonos donde no quisiéramos”.

Un planeta y un hombre enfermo, evidenciado en toda su fragilidad con la experiencia del Covid-19, solo se sanará en aquello que ya se percibe en Jeremías el profeta y que completa Ezequiel 36,26: “Os daré un corazón nuevo y pondré en vuestro interior un espíritu nuevo. Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”.

Cuando Jesús, en el monte de las Bienaventuranzas, observó al pueblo que se amontonaba a su alrededor, escuchó el grito y la sed que padecía y les entregó para la vida las Bienaventuranzas que son una promesa de felicidad, no de una simple satisfacción humana, sino de un encuentro con el Espíritu Santo, que reposa en el corazón del hombre, manso, humilde sufriente, misericordioso, perseguido, en donde no es perceptible ninguna perspectiva humana de felicidad, condiciones esenciales que permiten a la persona humana estar plenamente abierta a la acción del Espíritu.

Solo la acción del Espíritu Santo puede transformarnos y permitirnos cumplir con nuestra vocación.