El año 2019 ha sido el de las grandes marchas de protesta en todos los confines del mundo. En cada caso hay un pretexto con el valor de lo que llamamos en Colombia ‘Florero de Llorente’. Desde luego los pretextos son muy diferentes: la autonomía frente al gran poder chino en Hong Kong, el rechazo sindical a las políticas del presidente Macron en Francia, el movimiento independentista catalán en Barcelona, la eliminación del subsidio a los combustibles en el Ecuador, la elevación del costo de los pasajes en el metro de Santiago, el rechazo al presidente Jovenel Moise en Haití, las escandalosas trampas electorales de Evo Morales en Bolivia, un nuevo impuesto a la telefonía en Beirut, etc.

Además de las mechas que han encendido los barriles del inconformismo, existe una pluralidad de causas no ostensibles tras la ola de protestas, vandalismo y desmanes que se ha extendido por todo el mundo. Sea lo primero hacer notar la gran crisis por la que atraviesa el concepto de la democracia representativa. La era digital ha popularizado la comunicación inmediata a través de las redes sociales. Y allí donde hay inmediación, comienza a sobrar la intermediación.

La escritora argentina Diana Cohen Agrest publicó hace poco en el periódico ‘La Nación’ de Buenos Aires un excelente análisis sobre la crisis de la representación política en las democracias. Cohen cree que el elector siempre es un engañado. Cuando vota por un representante político está extendiendo un margen de confianza hacia el elegido. Pero rápidamente el ciudadano constata que los políticos electos casi siempre se representan a sí mismos y velan primordialmente por sus propios intereses. Lo que por fuerza lleva a una gran decepción del electorado.

Tras el desencanto viene la protesta como expresión de las necesidades sociales. Todas las democracias defienden como fundamental el derecho a la protesta. Pero las agresiones, el vandalismo y la destrucción de riqueza pública y privada parecen haberse enquistado en las organizaciones de marchistas y protestantes.

Surge aquí una nueva y gran preocupación. En todas partes comienza a señalarse como una de las grandes responsables del comportamiento vandálico de los jóvenes a la proliferación de juegos de video cargados de escenas de violencia explícita. ¿Cuántas miles de horas han pasado los jóvenes que cumplen 18 años dedicados a los videojuegos que exaltan el comportamiento violento y banalizan el papel de las autoridades? Se atribuye a Marshall McLuhan haber dicho que "una imagen vale más que mil palabras". ¿Qué podríamos decir entonces sobre la penetración en la mente de los jóvenes de tantos miles de imágenes violentas?

Fue impactante ver en la televisión española a un adulto mayor que en medio de los disturbios salió de su casa en Barcelona a tratar de calmar a los jóvenes dedicados a sus actividades iracundas. No le hacían ningún caso. El anciano dijo que los jóvenes parecían estar jugando.

Como conclusión, la clase política debe ser consciente de que su labor de representación se encuentra gravemente erosionada y su misión debe consistir en acercarse a las fuerzas sociales para interpretarlas de una manera eficaz. Y los padres de familia junto con los educadores tienen el deber ineludible de controlar hasta donde sea posible el acceso de los jóvenes a los juegos de video de violencia exacerbada.