En sus ocho meses de ejercicio del poder, el gobierno de Gustavo Petro ha tenido pocos pero importantes aciertos y muchos y desgastantes errores. De creerle a la revista ‘The Economist’, el diagrama del aprendizaje asemejaría un caos, diseñado entre Kafka y Picasso.

Recordemos que lo que está en juego es, simple y llanamente, el porvenir de nuestra patria. A los críticos extremos hay que reiterarles eso.
Quiénes poseen la visión general de la marcha de nuestro país, como son los grandes inversionistas, siguen apostando por el futuro de Colombia y entienden, afortunadamente, que pasamos por una etapa de turbulencias pero que el horizonte está despejado.

La peor imagen la están dando los ministros y ministras que no logran vender un discurso coherente de los programas y ejecuciones de este gobierno. Alfonso Prada, ministro del Interior, ha venido de más a menos. Pero la campeona, sin duda, es la ministra de Salud, Carolina Corcho. Ella no ha logrado deshacerse de sus prejuicios ideológicos y en cuanta ocasión se le presenta, expresa sin lugar a dudas que su religión es el estatismo.

Hay que reiterar por enésima vez que el Siglo XX se encargó de desnudar las graves fallas de los emprendimientos estatales. Un año antes del nacimiento de Gustavo Petro en un tranquilo municipio cordobés, los socialdemócratas alemanes reunidos en su congreso de Bad Godesberg en 1959, establecieron como lema lo que ha sido desde entonces la hoja de ruta del capitalismo occidental: “Tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”.

Hay que reiterarle a la ministra Corcho que volverse millonario no es un delito en Colombia. Con grave voz de inquisidora la señora Corcho acusó a los promotores y aseguradores de volverse millonarios con el negocio de la salud. Los empresarios eficientes se miden por sus resultados; y hay muchos millonarios en los ramos de la alimentación, vestuario, calzado, transporte y en todas las actividades que rodean a los seres humanos. Esto significa que están haciendo las cosas bien.

Reiteramos que el papel del Estado consiste en mantenerse alejado de la gestión tanto como pueda, y presente, muy presente, en el control y revisión. Es lamentable lo que está ocurriendo con la infraestructura vial del país. Derrumbes gigantescos, diques que ceden, puentes que colapsan, decenas de obras inconclusas, etc.

En el plano internacional se reitera que debe ser el canciller Leyva Durán quien recuerde de manera constante a Petro que su jurisdicción política no trasciende nuestras fronteras. Cualquiera que sea la opinión personal de estos altos funcionarios, ellos deben tener en cuenta que la institucionalidad del país es siempre más importante.

¿Quién reconvendrá a Leyva Durán tras su disparatada intervención defendiendo en la ONU a un multidelincuente como ‘Jesús Santrich’ y pidiendo que se encause al Estado para el cual Leyva trabaja? A otro funcionario que hay que mantener a raya es al Embajador de Colombia en Venezuela, deseoso de que nuestro país haga negocios con Pdvsa en momentos en que la corrupción campea en esa petrolera.

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Posdata: Ante el descalabro sin nombre de la actual administración municipal de nuestra ciudad, los caleños debemos exigir a los aspirantes a alcaldes en las elecciones de octubre próximo un único prerrequisito: que amen a Cali.