Nada más alejado del espíritu democrático que las conductas irracionales de los gobernantes. Los deseos caprichosos de los líderes no son actitudes democráticas. Los actos de gobierno deben ser el producto de una sana discusión de alternativas, mirando siempre hacia el bien común. Hay que combatir las veleidades. “La democracia es imposible si no se cuenta con suficientes demócratas”, frase del historiador norteamericano Walter Laqueur”.
Contra toda evidencia científica, la ministra de Minas, Irene Vélez, se empeña en dar sustento endeble a su capricho de no otorgar nuevos contratos de exploración de hidrocarburos. Incluso cometió el terrible “error matemático” de sumar reservas confirmadas con las posibles y probables. Después de tantos errores de la funcionaria, es un franco capricho del presidente Petro mantenerla en el cargo.
En materia de caprichos la ministra de Salud no se queda atrás. Carolina Corcho llego al Ministerio cabalgando en el enorme prejuicio de que el sistema de salud colombiano no funciona. Las evidencias confirman que el sistema requiere de mejoras y correcciones puntuales, pero que no hay que cambiarlo de un tajo. Dos recientes encuestas realizadas de manera independiente demuestran que la gran mayoría de los colombianos están conformes con el sistema de salud.
Los veleidosos insisten en que están en lo cierto. Han optado por el procedimiento nada democrático de ocultar el articulado del proyecto de ley que se presentará al Congreso con los cambios nacidos en el capricho, eludiendo el debate público. En otra actitud nada democrática, el presidente Petro hizo insinuaciones insidiosas contra el director de una prestigiosa encuestadora, sugiriendo incompatibilidad por su parentesco con el fallecido exministro Juan Luis Londoño, gestor de la ley 100 de 1993.
Los caprichos están a la orden del día. Después de haber comenzado Bogotá las obras del Metro y tenerlas hoy en un 18% de avance, al veleidoso presidente Petro se le ocurrió que es necesario modificar el trazado para soterrar un largo trayecto. La misma posición caprichosa que viene sosteniendo Petro desde que fue alcalde de Bogotá.
Sea lo primero criticar a la clase política capitalina por sus constantes ires y venires en la construcción de un Metro cuya necesidad se detectó hace más de medio siglo. Parece que el capricho de un gobernante quiere imponerse a la veleidad del otro para que nadie al final pueda reclamar la paternidad política de la decisión.
Pero ahora el capricho de Petro nos puede resultar tremendamente costoso a todos los colombianos. Los técnicos han calculado que los cambios impuestos bajo coacción conllevan sobrecostos de 10 billones o más. Volvemos a recordar aquí la frase del presidente del gobierno español Pedro Sánchez: “En democracia la forma hace parte del fondo”.
La manera pendenciara del gobierno nacional para manejar este caso no es nada democrática.
Si por vía de capricho se obliga a la Nación (es decir, a todos los colombianos) a tener que sufragar el 70% de esos 10 billones, debería excluirse a la capital de financiaciones nacionales hasta que se logre de nuevo un equilibrio justo con las ciudades y las regiones periféricas. Ya es hora de que los gobernantes nacionales entiendan que Colombia somos todos y no solamente los habitantes de Bogotá.