Genera preocupación la más reciente encuesta de la Andi a sus afiliados al preguntarles sobre la desaceleración económica y sus proyectos de inversión. Mientras en agosto del 2022 el 47% mantenía sus decisiones de inversión para el año que venía, hoy es el 27%, y mientras en aquel momento el 20% aplazaba la inversión para el año que venía hoy es el 28%.
Finalmente, mientras en aquel momento el 17% había ajustado a un año el monto de las decisiones de inversión hoy es del 35%. Dicho de otra manera, hay evidentemente hoy menos deseo de invertir a un año. Lo anterior en buena medida generado por la ausencia de claridad e incertidumbre de las reformas implementadas o que se avecinan, sumado a anuncios de intervención del gobierno en varios mercados.
Allí aparece la reforma laboral, que vale decir demuestra en cabeza la Ministra de Trabajo un interés genuino y destacable por concertar, a diferencia de algunos de sus colegas de gobierno. Sin embargo, no por la forma todo está solucionado. Aún hace falta profundizar en las inquietudes que se derivan de la propuesta, que a la fecha por lo que se conoce, parecen en términos generales más una propuesta sindical que una reforma laboral.
Una reforma laboral debe ser el instrumento por excelencia para enfrentar tres problemas estructurales de país que limitan el crecimiento. De un lado debe contribuir a reducir la tasa de desempleo que sigue siendo una de las más altas de América Latina. A su vez, debe elevar la productividad laboral que es muy pobre y en especial en sectores industriales y agropecuarios.
Para finalmente, generar más emprendimiento y atacar de raíz la informalidad laboral y empresarial que lleva a cifras delicadas como tener 1,7 millones de empresas formales y 5,4 millones de empresas informales, o que de cada 10 trabajadores 6 sean informales. No debe ser una reforma para defender intereses particulares de un grupo de trabajadores, que representa muy poco de la totalidad de población en edad de trabajar, y mucho menos a intereses de grupos sindicales particulares.
Propuestas como encarecer los costos de la jornada laboral, anclar aumentos aún a salarios millonarios a un incremento particular, inflexibilizar la contratación y remuneración laboral o hacer más rígido la terminación de contratos, poco ayudan a avanzar en la formalización y desarrollo de sectores como turismo, comercio y agricultura, a la propia reindustrialización y economía popular. Y se quedan en el tintero ajustes necesarios como los excesos en múltiples sindicatos, estabilidad reforzada o abusos en el ausentismo.
En positivo sobresale el interés por más estabilidad laboral como medio de dignificación del trabajo o la protección a la mujer y al trabajador menor de edad, o contemplar derechos prestacionales proporcionales para contrataciones de tiempo parcial o enfrentar la precarización laboral en algunos sectores.
Como se viene el debate bien vale la pena recoger la recomendación de las abuelas, “prudencia, mijito” que lo que se pone en riesgo es la atracción de la inversión en el país, y esta vale más que la dosis de populismo que la reforma pueda generar.