O simplemente Jota, como creo que le llaman sus amigos, entre los que desafortunadamente no me cuento. Y no por falta de oportunidad o de ganas, a pesar de que le conozco y he coincidido con él en muchos jolgorios. Pero la amistad, como el amor, se da o no se da y en nuestro caso no se ha dado, aunque no descarto que yo mismo estableciera entre él y yo la distancia en definitiva insalvable entre el maestro y el discípulo.
Y la verdad es que, aunque no son tantos los años de edad que nos separan, yo desde que le conocí le consideré un maestro de poesía, deslumbrado por Santa Librada College, el espléndido poema que tan bien interpretó nuestra rebeldía adolescente con los colegios en los que por entonces nuestros profesores se esforzaban por educarnos. O simplemente amansarnos.
Luego la vida se encargó de separarnos aún más, porque tanto él como yo nos fuimos de Cali para siempre, cada uno por su lado, y yo recibiendo poca o ninguna noticia de su vida y de sus obras. Hasta que la semana pasada recibí copia de una columna suya en la que celebra FILBO, la Feria Internacional del Libro de Bogotá, “el espectáculo más grande del mundo”.
Porque le ha permitido asombrarse tanto por la cantidad de libros expuestos, como por el encuentro o el rencuentro con amigos muy queridos: Jorge Valencia Jaramillo, Pacho e Isadora Norden, el ‘Catire’ Hernández de Jesús, Leonardo Medina, Jorge Eliecer Pardo y con Armando Romero y Álvaro Medina que, como el propio Jotamario, fueron o son nadaístas. Si es que no hay guerra, si es que después de la guerra todavía es posible ser nadaísta.
También celebra su encuentro con Basilio Rodríguez, el poeta y editor de Sial Pigmalión, la editorial española que se ha convertido en el hada madrina de los escritores y poetas caleños, que hasta el día de su desembarco en estas tierras eran apenas conocidos en los vastos continentes de nuestra lengua. Le ofrece a Jota “la edición de uno o dos títulos para lanzar en la Feria de Cali”. A él, que lleva “los últimos 20 otoños preparando una andanada de 13 títulos bajo el rubro genérico de Los días contados, solicitando al señor de los Biblos el tiempo suficiente para cerrarlos”.
Remata la columna nombrando a los editores que le han publicado o están a punto de hacerlo, con el orgullo de quien se siente un poeta por fin laureado, “después de tantos años de cantar derrotas”, ignorando que ellas marcaban el derrotero.