Por alguna razón los cuentos y el ensayo me han interesado siempre. Aprendí que el cuento gira sobre el conflicto: lo que es versus lo que debe ser. Los instintos enfrentados a la moral. La transgresión de la ley o de la tradición: un amor contrariado, una ambición desmedida, una empresa que viola leyes humanas o naturales. Y el conflicto engendra la tensión, condición clave del cuento desde Poe hasta hoy.
En la segunda mitad del siglo pasado el cuento debía ser ingenioso: argumentos fantásticos y sofisticados, problemas difíciles y hombres agudos, como Edipo, el detective que descubre que el asesino es él.
De este repertorio, hoy solo sobrevive el detective (me refiero a la literatura para adultos. La infantil es cada vez más fantástica). El cuento contemporáneo privilegia el realismo. Gira en torno a situaciones cotidianas, le apuesta más a la potencia dramática de los problemas de una persona corriente que a los complejos asuntos de un superhéroe.
Como prefiero las historias ingeniosas, escribo sobre un señor muy frío que juega ajedrez con una computadora temperamental; la discusión sobre la naturaleza del lenguaje entre Cuervo y Bello; los problemas logísticos y geométricos que debió resolver Colón ante un tribunal de sabios de Salamanca; la angustia de un intelectual que descubre que un gusano le roe las neuronas.
Pero como también soy hijo de mi tiempo, hay entre líneas ramalazos de la infancia, o fogonazos de la violencia, o fulgura de pronto el prestigio de la belleza, o se siente el vaho de esa divinidad lasciva, el sexo.
En cuanto al ensayo, considero que la piedra de toque reside es la especulación, que el rigor es asunto de académicos, no de literatos, y que la erudición es un punto de partida, no de llegada. La erudición repta, la especulación vuela. He ‘ensayado’ sobre la partícula que trazó las leyes del cosmos en los primeros milisegundos del bigbang y desapareció para siempre; sobre Borges, el minotauro, y contra Mutis, el cuasigenio; la Torre de Babel, el megaproyecto que puso nervioso al mismísimo Jehová; los teoremas que la diosa Namakal le dictó a Ramanujan; la historia de la moda, ‘ese imperio efímero’; los puntos de encuentro del brujo, el científico y el poeta; la dictadura del número, una concretísima abstracción; las hormigas, esas gigantes; la debacle del determinismo (y del ‘destino’, ¡gracias a Dios!) y sobre el más inquietante oxímoron de la tecnología, la inteligencia artificial.
Estos ensayos fueron tomados de Los pasos del escorpión, publicado por Eafit en 2017. Aquí están la mayoría de los pocos ensayos largos que he escrito.
Los cuentos reseñados arriba los publiqué en 2016 en El Bando Editores, mi casa, con el título Cuentos exactos. Como estas ediciones fueron casi secretas, Random House Mondadori decidió compilarlas en un solo volumen, Sacrificio de dama, y con un radio de promoción latinoamericano.
Aunque el volumen es flaco, contiene buena parte de mi obra. Escribo poco y aspiro a escribir menos cuando sea rico y me dedique solo a leer, una actividad más civilizada, menos fatigosa, menos pedante.
El libro ya está en las librerías. Ruego al cielo que lo acompañe esa potencia caprichosa, la suerte, que los manes de las letras hagan su trabajo, que el lector encuentre en esas páginas siquiera un rescoldo del placer con que fueron escritas y que alguna línea tenga el oscuro poder de erosionar su más cara certeza.
Sigue en Twitter @JulioCLondono