Le correspondió hacer una campaña presidencial en clara desventaja. No solamente compitió contra un expresidente, sino que tuvo que soportar un ataque permanente por lo que hizo y lo que no hizo el presidente Biden. Trump, muy hábilmente, la trató siempre como si ella hubiera sido la que ejercía la Presidencia, y le sacó en cara lo que no había hecho durante su periodo presidencial y que ahora decía que era importante hacer. Durante 107 días la colocaron frente a un predicamento muy complejo: o criticaba y se distanciaba de Biden o pagaba el precio de las críticas que se le podían formular por sus acciones u omisiones.

Un expresidente contra una vicepresidenta en ejercicio. Aparte de esto, Trump utilizaba una retórica muy confrontacional, que adornaba con mentiras y exageraciones. Nada fácil para una contrincante cuya principal característica no era precisamente este tipo de comportamiento.

Se sabe que los atentados contra un candidato le dan preeminencia a su nombre y lo victimizan, dos factores que contribuyeron a consolidar su campaña.

Sin duda, lo más significativo fue la capacidad de la campaña de Trump para despreciar todo lo que se venía calificando como políticamente correcto. Desde la insurrección de 2021, pasando por los escándalos sexuales, los negocios muy controvertidos y algunos fracasos con una retórica no solo confrontacional, sino descompuesta, hicieron que todo un repertorio de antivalores tradicionales fortaleciera la campaña de Trump y dejar a la de Kamala como una convencional, casi identificada con el statu quo.

Kamala sorprendió en las primeras semanas con un dinamismo contagioso que muy pronto la convirtió en una candidata viable, como si su campaña hubiera tenido los mismos años que la de Trump. En algún momento, ese dinamismo desapareció, no se entiende bien por qué, y sobrevinieron las dudas sobre la campaña de Kamala. En las últimas semanas, parecía haber retomado impulso, y algunas encuestas y predicciones así lo reconocían. El día de las elecciones, el New York Times anunciaba que ella iba adelante, y lo propio hacía el modelo de predicción de la respetable revista The Economist. Sin embargo, los primeros datos de la noche del 5 de noviembre no coincidieron con la idea que habían divulgado las encuestas, que hablaban de una campaña muy reñida.

Cuando se examinan algunos datos, es inescapable formularse la pregunta de cómo fue posible que la candidata no hubiera alcanzado los votos esperados. Es que en Estados Unidos no es suficiente obtener más votos de un sector; lo clave es que esos votos se obtengan en sitios estratégicos para que tengan un significado determinante.

Aquí presento algunos datos muy sugestivos publicados por la BBC de Londres, con base en las encuestas de salida a 22,500 votantes:

* Mujeres a favor de: Harris, 54%; Trump, 44%

* Hombres a favor de: Trump, 54%; Harris, 44%

* Blancos a favor de: Harris, 43%; Trump, 55%

* Voto negro: Harris, 86%; Trump, 12%

* Voto hispano: Harris, 53% Trump, 45%

* Voto asiático: Harris, 56%; Trump, 38%

* De 18 a 29 años: Harris, 55%; Trump, 42%

No parece que el tema determinante de la campaña haya sido la política económica, sino el costo de la canasta familiar y de otros bienes de uso cotidiano. Se diría que, en comparación con la de Trump, retórica aterrizada, la de Harris fue algo abstracta.