Cuando lo trágico, los aspectos oscuros propios o ajenos, las tragedias pequeñas y grandes que le ocurren a los demás se convierten en el objetivo cotidiano de los pensamientos, se ha entrado en la desesperanza. Esto lleva a la persona a un desperdicio vital, a un círculo vicioso de preocupaciones y a una limitación en su capacidad de disfrute que termina enfermándola.

La adicción a lo negativo tiene orígenes variados. Puede ser un elemento masoquista que se vuelve parte de la identidad del pesimista para quien “las tragedias por venir” (impending doom), son la única forma emocionante de concebir la realidad. La moderación no le resulta excitante.

También puede corresponder a un cuadro depresivo que siempre encuentra una justificación en las vivencias que ocurren a su alrededor.

Me decía una paciente: “Yo me acostumbré a estar mal, porque encontré la comodidad en ese estado. No tengo que levantarme. No me ocupo en nada productivo porque (siento que) el decaimiento me lo impide. Solo tengo aliento para devorar las noticias negativas que encuentro en los medios de comunicación y en las redes sociales”.

Algunas personas, negativas por naturaleza, secretamente piensan que opinar 24/7 al respecto de eventos sobre los cuales no tienen ningún control, es la manera como se deben enfrentar “responsablemente” los problemas de la vida. Pero tal actitud se vuelve “tóxica” para ellas y para quienes las rodean.

La ansiedad es otro factor que determina que una persona caiga en un estado de negativismo. Una persona que padece de ansiedad crónica puede llegar a pensar que ese sufrimiento permanente es lo que le asegura que está vivo. Por esa razón no “baja la guardia” porque piensa, erróneamente que si se tranquiliza o si siente placer por un momento, algo terrible puede ocurrir.

Otro paciente me explica que su estado de tensión es de tal magnitud que normalmente se despierta cansado, con las mandíbulas apretadas, con un nudo en la boca del estómago, con la sensación de no haber dormido bien y con la certeza de tener que enfrentar otro día de preocupaciones y sufrimiento. Siempre anda de afán, sintiendo que algo le falta y con una angustia que no lo deja respirar profundamente. Se ha acostumbrado a la angustia al punto que siente que no puede prescindir de ella.

La buena noticia es que tanto la depresión como la angustia se pueden combatir con éxito.

Uno de los síntomas de la “adicción a lo negativo” es el entusiasmo de los medios de comunicación con las noticias que venden (las malas, por supuesto). Países enteros se vuelven adictos a las malas noticias. Para los amantes de lo negativo, la excitación y el placer están representados en lo apocalíptico, en lo trágico. Aquí también suele haber una sensación de superioridad: “Yo sí sé cómo es el asunto. Ustedes no se han dado cuenta. Vamos al abismo.

Despierten”. Tal vez creen que vaticinar el apocalipsis es la manera de evitarlo.

Pero siempre hay cosas buenas que están pasando. El problema es que las noticias buenas no excitan, no generan adrenalina, no causan placer, no llaman a la solidaridad de los que piensan igual. Si bien hay malas noticias, es prudente recordar que no hay paraísos en ningún lado. Lo más sensato para lograr una vida más grata es compartir los aspectos positivos.

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