Quienes mantienen amistades más estrechas o sostienen contactos sociales de manera consistente y significativa a lo largo del tiempo, así los contactos no sean muy frecuentes, tienen menos posibilidad de sufrir trastornos de ansiedad y depresión. Ese es un hecho de conocimiento general y lo han demostrado una multitud de estudios.

La vida es difícil y nos pone las pruebas más duras cuando, en apariencia, tenemos menos fuerza para enfrentarlas: el nido vacío, la terminación de una amistad, la enfermedad, los rompimientos, las grandes desilusiones, el envejecimiento o la muerte del cónyuge.

Todas ellas apuntan, en muchos casos a la soledad. Digo en apariencia, porque de la misma manera como el golpe es demoledor, muchas veces nos sorprende el ánimo con el cuál la persona se enfrenta a esas pérdidas. En esas circunstancias, los hombres la pasamos peor que las mujeres pues con frecuencia la prepotencia masculina nos dificulta el cultivar relaciones estrechas con otros hombres, porque no queremos depender de nadie y nos resistimos a mostrar nuestro lado débil.

Como las mujeres no tienen ese problema, sostienen vínculos con diversas personas, lo que representa una verdadera fortuna. Las personas sin grandes habilidades sociales que no cultivaron otros contactos sociales son las que más sufren y no se les ocurre pensar que la solución puede estar en sus propias manos.

Hay muchos contactos, no “amigos” en el sentido estricto, que están por fuera de los círculos más estrechos que pueden sacarnos de la rutina si les damos una mayor relevancia. Por ejemplo, las personas con quienes nos reunimos periódicamente, para ver alguna película, celebrar un cumpleaños, practicar un deporte, viajar, etcétera, son potenciales fuentes de compañía que podrían ir más allá de la actividad puntual. Los grupos espirituales, los clubes de lectura, cine o música, los compañeros de juego de mesa, las sesiones de yoga, el trabajo comunitario, todas son maneras de interactuar con otros seres humanos que muchas veces disipan el aislamiento. El médico de confianza, el asesor, el colega, el subordinado o el superior, pueden a través de una conversación seria o aún de breves contactos en determinados momentos, representar un aire fresco en un día abrumador.

Es posible que a ninguno de los anteriores acudiríamos para revelar nuestras dificultades o conflictos, pero el simple intercambio atento y considerado puede llevar a otra dimensión esa relación y hacer mucho bien a las partes comprometidas.

Obviamente en las dificultades serias la primera línea de ayuda la prestan el cónyuge, si se lo tiene, el allegado de sangre (padres, hijos, hermanos), en casos especiales el amigo íntimo y por supuesto el/la terapista con quien se ha entablado una relación de confianza.

El mensaje es que está en nuestras manos el salir del aislamiento y el cultivar relaciones enriquecedoras con quienes podemos establecer un vínculo mucho más importante del que hemos asumido. En todas las circunstancias mencionadas el requisito indispensable para profundizar en una amistad de cualquier naturaleza es siempre prestar atención plena. Este fundamental tema será motivo de futuros escritos.