Les voy a contar la historia de una ciudad del Pacífico Colombiano, dulce y cálida, donde la sonrisa es un sello de su identidad y su más auténtica expresión. Una ciudad de puertas abiertas para tanta gente que llegó a ella en busca de oportunidades, echó raíces y la hizo suya, porque encontró eso que es tan difícil y a la vez tan valioso de encontrar en el mundo: el amor.
Una ciudad que despierta iluminada, por un sol fuerte, que es parte de su esencia. A veces extraña la lluvia, esa que se asomó ligeramente esta mañana. A veces extraña la frescura, pero siempre, esa energía que expele el universo en ella actúa como una vitamina que se refleja en el trabajo diario de quienes buscan el sustento, de quienes la construyen, de quienes se educan en sus aulas, de quienes la movilizan en sus organizaciones y de quienes la cuentan en sus letras, imágenes y videos, con un tesón y entrega que merece todo el reconocimiento.
Una ciudad resiliente, capaz de enfrentar las más duras tormentas, reponerse y seguir, porque los suyos están hechos de una fibra irrompible, a prueba de fuego y de esos desaires que de vez en tanto aparecen y que, por fortuna, al final de su tarde se diluyen con la brisa que desciende de los Farallones. Lo suyo es colorido, andenes tapizados por las flores que se desprenden de sus guayacanes en dos momentos mágicos del año, mientras que en el resto del calendario son también una poesía verde, junto a las palmeras, ceibas y samanes con que la naturaleza la bendice.
Lo suyo es también la música que la arrulla en distintos matices y tonalidades, fruto de su mixtura cultural, donde suenan tambores, chirimías y trompetas, pero también acordes de guitarra y violines, baile clásico y folclórico, salsa romántica y guateque puro; no hay días sin melodía en ella, y en sitios emblemáticos como el Bulevar del Río, las tardes de viernes son una fiesta, así como en la Calle Quinta de su Cali Ají, en el barrio Obrero de su origen rumbero, en el parque Alameda, en las salsotecas de sus barrios populares y en las discotecas de su extremo sur.
Desde inicios del año, cuando se anunció que sería la sede de la Cumbre de la Biodiversidad Mundial, una bocanada de ilusión la inundó y empezó a prepararse para que todo salga bello. Faltan 22 días para que el evento inicie y los trabajos se redoblan, mientras el logo que identifica la COP 16, la flor que significa paz, reconciliación, emoción y alegría, aparece cada vez más en su paisaje, en las panaderías, en los separadores, en sus universidades, en las zonas designadas para sus actos, en cada rincón que espera que la prosperidad venga con ella.
No es que pretendamos que desaparezcan los problemas, no. Pero sí que los participantes de 190 naciones, entre ellos 12 jefes de Estado; los más de 1000 periodistas acreditados; los 5200 empleos que genera y los ingresos calculados en $122.400 millones, le traigan beneficios, que no serán solo suyos, sino del país entero.
Aquí estamos, en esta ciudad del Pacífico Colombiano, que el 25 de julio de 1536 fue bautizada como Santiago de Cali y que el pasado viernes fue tendencia, cuando apareció en las pantallas luminosas de Time Square, en la capital del mundo, junto al sabor de sus bailarines de salsa, invitando a visitarla, porque #CaliEsDondeDebesEstar.
La capital del Valle que se alista para la COP 16 sigue adelante, así como su canal Telepacífico y todos quienes hacen posible que condense su memoria; así como el diario El País, que la cuenta desde hace 74 años, así como todos los medios que la relatan, así como cada una de las personas que trabajamos y creemos en ella. Por estas y muchas razones más, ya eres nuestra ‘Champions’, Cali. Y ya ganaste la Copa más grande, que es el amor de tu gente.
@pagope