El reciente aniversario de la ciudad trajo a la conversación muchos asuntos, incluida una evocación casi que en tono de lamento: “Ya no somos la sucursal del cielo, pero ¡qué bueno volver a serlo!”.
Y es cierto. Hace ya mucho tiempo dejamos de serlo. ¿Pero…vale la pena volver al pasado, incluso si se nos vende la idea de Cali como expresión del cielo en la tierra? En su momento, quizás en las décadas del 70 y algo de los 80, fuimos una ciudad amable, cívica, solidaria, ordenada y bonita. Nos unían otros atributos que daban el sabor de caleñidad, como la salsa, la gastronomía, el deporte, entre otros. Y éramos capaces de grandes logros como el que en su momento fueron los juegos panamericanos, por allá muy lejos, en 1971.
Pero nos comimos el cuento de Sucursal del Cielo, como si fuera un regalo eterno y esta ciudad no tuviera que trabajar diariamente para merecerlo. Y así, muchas cosas comenzaron a emerger, como el narcotráfico y otras, como la desigualdad, empezaron a notarse y de qué manera.
Buena parte de nuestra élite, incluidos sucesivos gobiernos, no vieron lo que venía hacia adelante y las cosas siguieron como si nada, entre la aceptación, la indiferencia y hasta la complicidad. A la vuelta de pocos años había por lo menos dos ciudades, una relativamente próspera y otra gestándose en las periferias en medio de las carencias, la discriminación y la violencia. Nos quedamos cortos en integrar esa otra ciudad al mundo de las oportunidades y entonces llegó el llamado “Estallido social”.
No voy a entrar en polémicas con quienes creen que este evento complejo y doloroso (en especial por la pérdida de vidas) fue simplemente una conspiración terrorista y/o del narcotráfico. No dudo en lamentar y condenar el uso de la violencia para cualquier propósito, pero hacerse de la vista gorda para no mirar y reconocer la angustia de miles de personas (la mayoría jóvenes) que están por fuera de las oportunidades y sin reconocimiento, es buscar la calentura en las sábanas o el muerto río arriba, como dicen dos refranes populares.
Así que lo de Sucursal del Cielo es cosa del pasado y no tiene caso evocarlo cuando la ciudad ha cambiado tanto. Mi pregunta es: ¿Por qué no construir algo nuevo?
Yo entiendo bien la desconfianza y desesperanza que habita en muchos sectores excluidos y necesitados de la población frente a esa otra ciudad que vive en medio de las oportunidades y en muchos casos la opulencia, pero insensible y poco solidaria. De entre ellos, hay que reconocerlo, muchos tienen un gran compromiso social y apoyan causas importantes para llevar opciones a quienes no las tienen, pero el tema de desigualdad, reconocimiento e inclusión requiere de una transformación estructural realmente profunda, así como un cambio en la forma de pensar y gestionar la ciudad.
No se me escapa que para algunos el camino es la confrontación, pero esa opción niega las posibilidades de llegar a acuerdos, en medio de las diferencias e incluso los antagonismos, que por difícil que sea, será siempre un mejor camino.
Este lugar de encuentro es la alternativa para creer y comprometernos todos con un destino común. En medio de una ciudad fracturada y polarizada necesitamos ponernos de acuerdo en unos mínimos comunes, en una visión de largo plazo (hacia los 500 años), que no es otra cosa que una visión compartida.
Los dilemas no son volver a ser la Sucursal del Cielo o ser la Capital de la Resistencia.
¡Entre todos podemos dar vida a algo nuevo!