Con lúcidas excepciones, el centralismo bogotano lleva a creer que los resultados de las recientes elecciones en Bogotá son iguales al resto del país, y que los electores de las regiones se comportan de la misma manera que los capitalinos.

Que la votación en Bogotá fue una clara derrota para los partidos del Pacto Histórico, no los discute nadie, ni siquiera su candidato perdedor. Que eso significa un regreso del péndulo hacia el centro en una ciudad en la que la izquierda y el centro izquierda habían cosechado victorias importantes, también es un hecho innegable. Lo que no es cierto es que esas conclusiones se apliquen para la gran mayoría de municipios y departamentos.

Fuera de Bogotá y unas pocas ciudades grandes la gran perdedora de estas elecciones fue la democracia colombiana que otra vez resultó dominada, controlada, manipulada y manoseada por las maquinarias políticas de siempre, por los clanes regionales, por el partido de los contratistas, e inclusive por las mafias de compradores de votos, que conforman esa hidra de mil cabezas que la periodista Laura Ardila bautizó como la “Colombia Nostra”.

La situación fue más grave en esta ocasión por la laxitud del Consejo Electoral que repartió personerías jurídicas a diestra y siniestra, hasta llegar a la increíble cifra de 35 ‘partidos’ políticos registrados, con capacidad de dar, vender o negociar avales y tratar de medrar de los recursos públicos de la reposición de votos.

Con tamaña proliferación de partidos es lógico que se multiplicaran también los candidatos inscritos: según la Registraduría fueron 251 para 32 gobernaciones, 6175 para 1119 alcaldías y 106.429 para concejos municipales. Esto es una caricatura de democracia. En países como los europeos o Estados Unidos hay solo dos o tres candidatos para cada posición.

Consecuencia más grave aún es la desaparición de fronteras ideológicas. En un rompecabezas político de 35 piezas es imposible tener programas diferenciados, ni visiones de país, ciudad o región bien definidas que permitan al elector optar por una afín a sus preferencias. La campaña electoral se convierte entonces en una parodia de concurso de belleza -o de drag quens- donde el ganador es el que tiene la maquinaria más aceitada, el control de más puestos públicos, más contratistas recomendados o simplemente más plata para comprar votos.

En el caso de gobernaciones, los partidos solo lanzaron candidatos propios en siete departamentos de los más pequeños del país; en el resto se juntaron en una mescolanza de avales... Por eso las coaliciones fueron los ganadores en esta ocasión, con 25 triunfos en las 32 gobernaciones.

La falta de identidad programática se refleja en los socios de las coaliciones. Qué afinidad tiene el otrora glorioso Partido Liberal con los hermanos godos para haberse juntado en ocho departamentos, y cuáles son sus principios comunes con el Centro Democrático con el que hizo seis alianzas; lo mismo cabe preguntarse de las ocho coaliciones entre el conservatismo y Cambio Radical. La verdad es que no se juntan por principios o ideologías similares, sino por un objetivo idéntico: no quedarse por fuera de la repartición de la marrana, es decir de los puestos y los contratos departamentales.

Este sombrío panorama de la Colombia Nostra, tan distinta a Bogotá, junto con la alta abstención o el aumento del voto en blanco, hacen imperativa una profunda reforma política que rescate la democracia colombiana de su estado de postración.

La falta de identidad programática se refleja en los socios de las coaliciones. Que afinidad tiene el otrora glorioso Partido Liberal con los hermanos godos para haberse juntado en ocho departamentos, y cuáles son sus principios comunes con el Centro Democrático con el que hizo seis alianzas; lo mismo cabe preguntarse de las ocho coaliciones entre el conservatismo y Cambio Radical. La verdad es que no se juntan por principios o ideologías similares, sino por un objetivo idéntico: no quedarse por fuera de la repartición de la marrana, es decir de los puestos y los contratos departamentales.

Este sombrío panorama de la Colombia Nostra, tan distinta a Bogotá, junto con la alta abstención o el aumento del voto en blanco, hacen imperativa una profunda reforma política que rescate la democracia colombiana de su estado de postración.