José es un periodista de 60 años. Un trabajador incansable, con una mente creativa fuera de serie y un pensamiento independiente envidiable. Diez años atrás fue sometido a una cirugía de corazón abierto por una enfermedad coronaria. Totalmente recuperado de sus dolencias cardíacas, la cirugía dejó como secuela unos dolores musculares en la parte alta del pecho. Visitó diversos especialistas y si bien el dolor a veces disminuía temporalmente, en ocasiones le resultaba intolerable.
José estaba muy afligido no solo por el dolor intermitente sino porque consideraba, injustificadamente, que estaba igual que al comienzo de su proceso. Durante la semana, mientras se ocupaba en sus asuntos, se olvidaba por horas enteras del dolor. Pero llegado el fin de semana, y en especial el domingo, el dolor regresaba con una intensidad lacerante.
La depresión del domingo es un fenómeno universal, y no es nuevo. De hecho, un reconocido psicoanalista húngaro, Sándor Ferenczi, se refirió a este síndrome a comienzos del siglo pasado como la “Neurosis del domingo”.
Si bien José había sido un niño normal, desde muy pequeño, los domingos por la tarde siempre fueron períodos en los que el negativismo resultaba apabullante. Por ejemplo, era los domingos cuando le asaltaban ideas obsesivas relacionadas con sus temores de que sus padres se fueran a morir, o lo fueran a abandonar. Sus temores sobre el futuro se acrecentaban en esos momentos. Ese sentimiento, de forma inconsciente, lo había acompañado toda la vida y a raíz del trauma muscular producido más recientemente por la cirugía de corazón, se había incrementado. Sin embargo, no había relacionado el decaimiento de ánimo con el aumento del dolor del domingo.
A instancias de su esposa, quien se alarma al verlo deprimido, José decide recurrir a ayuda psiquiátrica. El proceso le da tiempo para pensar, entre otros temas, en la posibilidad de cambiar ciertas rutinas y hacer fisioterapia. Al cabo de un tiempo empieza a ver buenos resultados.
Empieza a ver con más claridad que parte de la sensación desagradable que tenía, obedecía a la cercanía de la noche del domingo, la cual rutinariamente le generaba un “vacío”. Algo que él definía como una especie de “tierra de nadie” porque el lunes no había comenzado y el domingo no se había terminado. Probablemente una reminiscencia de los temores al abandono de su infancia. Pero también se debía a que su carácter obsesivo lo llevaba a ver como alarmantes los asuntos normales que le tocaba enfrentar cada comienzo de semana.
José logró poner sus temores en una perspectiva más realista e hizo algunos cambios en su rutina que fueron aliviando sus temores, lo que trajo como resultado una mejoría en la calidad de vida y una disminución (en la percepción) del dolor. Venció la resistencia para realizar ciertas actividades y decidió cambiar el horario de la cena semanal con sus hijos del miércoles al domingo en la noche. Algo que no había ni pensado en hacer antes, porque a esa hora siempre se sentía mal y “no tenía energías sino para preocuparse”.