La manifestación de la depresión en forma de síntomas físicos impide una oportuna identificación.
El creciente interés de la gente por el tema de la depresión contrasta con el silencio que sobre su verdadera naturaleza siguen guardando pacientes, familiares, médicos y el público en general. La gente admite, de dientes para afuera, que la depresión es algo que requiere atención inmediata, pero de dientes para dentro no le presta importancia.
Cuando el paciente empieza a presentar síntomas depresivos, primero los ignora (negación), luego los trata de explicar de cualquier forma (racionalización) y por último, los ignora (inacción). Todas estas medidas, muchas inconscientes, están destinadas, en teoría, a tranquilizar. El resultado neto es que muchas personas no buscan tratamiento para la depresión. Los profundamente enraizados prejuicios sobre la depresión hacen que el paciente prefiera pensar que está sufriendo de alguna enfermedad orgánica, que tener que aceptar que está deprimido.
La familia, asustada por la situación, también prefiere pensar que su allegado no está deprimido, pues aceptarlo equivale a admitir que sufre un trastorno mental. Y la gente todavía, erróneamente, equipara los trastornos mentales con la locura. Por tanto, para la familia es más tranquilizador concluir que como no hay razones para estar tan decaído, desganado, silencioso y aislado, lo que le falta a su pariente es voluntad.
Cuando este paciente acude al médico presenta sus quejas orgánicas (que son resultado de su depresión) y muchas veces el sistema médico, con una visión tubular de la especialidad, procede a tratar el síntoma y a ignorar si el estado de ánimo está o no jugando un papel en sus quejas.
Una proporción importante de los pacientes que acuden al médico en busca de un alivio para dolencias físicas de cualquier naturaleza, sufre de una depresión que se disfraza con síntomas físicos.
La lista es interminable, pero se destacan los dolores sin una explicación satisfactoria, la fibromialgia, las alteraciones cardiovasculares, las respiratorias, las gastrointestinales o las de cualquier otro sistema. Si bien la forma clásica de la depresión incluye signos de tristeza, desánimo, desesperanza, pérdida de interés en las cosas o ideas de muerte, los síntomas físicos son los protagonistas y copan la atención.
El sistema médico cae en la trampa y cada síntoma es tratado con celo específico y seguido por visitas a distintos especialistas. El paseo por los distintos consultorios deja una gran frustración, una sensación de impotencia, un montón de medicamentos con sus correspondientes efectos secundarios, una economía golpeada y un cuadro clínico que sigue silenciado. Y mientras tanto, el paciente sigue sufriendo innecesariamente.
La solución, como se ha presentado tantas veces en este espacio, es ilustrarse acerca de lo frecuente que es esta condición médica y de lo factible que es tratarla efectivamente.
Un paciente bien informado, conocedor de su trastorno, tiene todo el derecho a ser tratado y escuchado compasivamente. Esa es la clave para romper el silencio que envuelve a la depresión, cuya desatención no pocas veces termina en suicidio.
Nota: Esta columna reaparecerá el 8 de Octubre.