En mi última columna hablé del 30 aniversario de un importante intento de paz entre israelíes y palestinos en Oslo que terminó en fracaso. Desde entonces en el Medio Oriente todo se complicó aún más. Una solución al conflicto palestino-israelí se volvió imposible y sus protagonistas más radicales que nunca.

Hasta que de repente y sorprendiendo a todo el mundo, hace pocos días renació otra gran oportunidad de paz gracias a una iniciativa de Estados Unidos que decidió volver a ocuparse de la región, después de haberla abandonado por años, por frustraciones varias. Vuelve con un proyecto económico gigantesco que demanda la participación de dos países clave, Arabia Saudita e Israel, enemistados en torno al conflicto palestino-israelí y cuyas relaciones diplomáticas necesitan normalizarse para que el proyecto se lleve a cabo.

Lo cierto es que últimamente venimos observando moderación en la manera como Israel y Arabia Saudita se comportan el uno con el otro. En Arabia Saudita -y por orden del gobierno- nos dicen que los libros escolares eliminaron las referencias al “enemigo sionista” y hablan directamente de Israel sin utilizar la palabra “presunto” como lo hacían en el pasado.

También sorprendió cuando a una reciente reunión de Unesco en Riad acudió una delegación israelí de manera oficial, por primera vez en la historia del país. Y luego -también de repente- el pasado 13 de septiembre, el primer ministro de Israel, Benyamin Netanyahu, apareció en televisión para anunciar que su territorio se convertiría en el centro operacional de un proyecto económico que aportaría mucha prosperidad a la región. Según explicó, se trata de un corredor comercial que uniría India (o Asia) a Europa, vía Emiratos Árabes, Arabia Saudita, Jordania, la costa mediterránea de Israel hasta el sur de Italia.

Un enorme proyecto patrocinado por Estados Unidos que recorta de manera significativa el tiempo para el comercio transitado y competiría con las nuevas ‘rutas de la seda’ ideadas por el chino Xi Jinping que acogen a países hostiles a Occidente. Al mismo tiempo, convierte al Medio Oriente en centro mundial del progreso ya que su realización implicaría la construcción de importantes puertos, nuevas líneas de ferrocarriles, nuevas líneas eléctricas de alta tensión, gaseoductos, oleoductos, etc. Es muy ambicioso y al que Arabia Saudita aportaría fondos ilimitados e Israel sofisticadas tecnologías.

Pero para trabajar juntos, los sauditas y los israelíes se tienen que reconciliar. Y da la impresión que hacen esfuerzos para lograrlo. Se notó cuando el príncipe Mohamed Bin Salman desmintió sin vacilación en una entrevista a Fox News que su país había “congelado” las negociaciones en torno al proyecto por presionar a Israel. Por el lado israelí también se notó cuando Netanyahu anuncio el proyecto con gran entusiasmo y enseguida le hizo viaje especial al billonario Elon Musk a California para hablar de Inteligencia Artificial y sus posibilidades en proyectos mayores como el citado. La IA es un tema que según los entendidos Netanyahu domina a muy alto nivel.

En resumidas cuentas, el proyecto que se discute ofrece una nueva oportunidad de paz para el conflicto palestino israelí, pero los observadores lo miran con escepticismo. La razón: los sauditas condicionan su participación con una solución de dos Estados, mientras que Israel -gobernado por una coalición de derecha y religiosa- descarta la idea de dos Estados (por considerarla irrealizable) y no está dispuesto a ceder en este terreno, los palestinos tampoco tienen un líder capaz de asumirla. A pesar de todos los beneficios que representa, la paz sigue esquiva en el Medio Oriente.