El gobierno del presidente Petro es conocido por su amplio uso del recurso de la retórica. Para todos los problemas, el Mandatario encuentra un discurso, una razón con trasfondo histórico, y una excusa cuando las cosas no le salen bien.
Últimamente el Presidente insiste en encontrar excusas para cuando algo no le sale bien, o cuando las entidades de control sancionan malas acciones de los funcionarios del gobierno. Esta semana retomó uno de sus argumentos predilectos durante su paso por la Alcaldía de Bogotá y que sus defensores han repetido durante años: que no lo dejan gobernar.
Nadie debería defenderse con aquella premisa derrotista porque en las democracias los logros de los gobernantes dependen precisamente de su astucia en el manejo de temas coyunturales durante sus mandatos, así como de su relación con los sectores opositores e independientes, y de su capacidad de construir consensos con otros sectores. El presidente Petro desde su paso por la Alcaldía de Bogotá mostró que prefiere el camino de señalar a sus críticos antes que construir vías de concertación para avanzar en sus programas.
Es, además, contradictorio que desde el mismo sector que aplaudió que durante el gobierno Duque fueran convocados dos paros nacionales masivos que literalmente paralizaron el país y fueron el escenario de momentos de tanta violencia y tensión, ahora se argumente que la oposición “no deja gobernar”. Hay que decirlo con claridad: el ambiente que vive el país en las calles es de mucha mayor tranquilidad que el que la anterior oposición tantas veces motivó frente al gobierno Duque. Ahí puede verse una inmensa contradicción.
Los gobernantes no pueden excusar sus fracasos y sus malos momentos como si fueran culpa de sus críticos (y más cuando, como ya mencioné, lideraron una oposición verdaderamente radical en años pasados, que para nada tenía como norte la idea de “dejar gobernar”). Hubiera resultado sumamente decepcionante, por solo traer un escenario hipotético a la mesa, que un mandatario como el expresidente Santos se diera por vencido en su acertada lucha por la paz por cuenta de la muy radical oposición del expresidente Uribe, quien creó un partido para oponerse a él. El argumento de “no nos dejan gobernar” no se pasaría por la cabeza de un líder concentrado en buscar caminos para avanzar en sus programas.
De fondo puede verse que el panorama del gobierno Petro está bastante lejos de ser el de un gobierno bloqueado. Aun en los momentos de tensión con el Congreso, los partidos políticos de su coalición han seguido firmes en su apoyo y le salvaron la reforma a la salud en la Cámara de Representantes. También actores determinantes de la actualidad nacional como los gremios y los empresarios se han sentado a hablar con el gobierno en semanas recientes y han mantenido un ambiente de cordialidad y respeto por la institucionalidad. La fuerza pública, que es clave en este mismo análisis, ha cumplido de manera clara las directrices del gobierno y en ningún momento se ha puesto en duda su respeto hacia el orden institucional. Todas estas son buenas noticias para la democracia y para el respeto por la voluntad de la mayoría que ganó en 2022.
Al presidente Petro lo están dejando gobernar, pero gobernar con controles institucionales y con contrapesos desde las ramas del poder público, lo cual es esencial para cualquier democracia. Y muchos de sus principales problemas no se deben a que no lo dejen gobernar, sino a la creencia de que desde la retórica y el descuido del lado administrativo se puede avanzar en una agenda nacional.