* Monseñor Rodrigo Gallego Trujillo, obispo de Palmira

Las lecturas de este domingo 6 de octubre están subrayando el fundamento de la familia, según el querer de Dios como institución fundamental en el orden social.

La primera lectura, tomada del libro del Génesis, presenta un elemento primordial: el hombre encontró en la mujer una ayuda eficaz, “esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos” (Génesis 2,23).

Esta expresión es la manifestación de la comunión que se establece plenamente en la vida esponsal. El hombre y la mujer el uno para el otro; es la comunión de vida, consorcio vital que fundamenta la familia, la vida matrimonial que tiene como fines la santificación de los esposos, la unidad de estos, la procreación y la educación de los hijos. Educando los hijos bajo la ‘sombra del Altísimo’ (Salmo 91), se cimentará con certezas de futuro. No podemos desconocer que una sociedad que ‘echa’ a Dios de su discurrir, se empieza a anular en la proyección caritativa del servicio y se postra el ser humano en el vil egoísmo.

La familia tiene un papel determinante en el progreso integral de nuestros pueblos, porque sin la familia no podemos pensar en una sociedad distinta.

El texto del evangelio (Marcos 10, 2-16), en esa misma línea, nos hace sentir, en labios de Jesús, cómo la terquedad de los hombres lleva a la desfiguración del plan del Señor sobre la persona; esta terquedad es sinónimo de desobediencia y esta, crea un camino sin meta segura.

Cuando el hombre se obstina caprichosamente en sus ideales, muchas veces nefastos, frustra no solo el proyecto de Dios para sí mismo, sino para los demás y, por lo tanto, se afecta de manera delicada y hasta perversa, la unidad de la familia humana.

Tenemos que pesar, fundamentalmente, en la vida de la familia como principio para que la sociedad realmente cambie. Todos suspiramos, aspiramos, y anhelamos una sociedad distinta. Pero, ¿nos hemos preguntado que si no apuntamos hacia el cuidado de las familias no tendremos dicho cambio?