Fueron muchos los mensajes y comentarios que recibí a raíz de la columna que compartí desde este mismo espacio la semana pasada. Abordé desde aquí uno de los asuntos que más han definido el curso de mi generación en los años recientes y que, por lo tanto, también han dado forma al destino del país: la masiva partida de jóvenes a otros países en busca de mejores futuros.

Muchos lectores me contaron las historias de sus hijos, amigos, hermanos y colegas que han tomado la decisión de irse del país. Pero, sobre todo, me dejó especialmente impresionado que son muchos, muchísimos más, los jóvenes que evalúan irse en el corto plazo. Con solo sostener una conversación con un grupo de amigos o en una reunión familiar puede verse que frases como “estoy pensando en irme” son cada vez más usuales. Y entristece profundamente que para tantas personas, especialmente las más jóvenes, lo que su país puede ofrecerles a la hora de construir un proyecto de vida parezca ser tan poco.

Fueron cerca de 550 mil personas las que en 2022 se fueron del país y no volvieron, según datos de Migración Colombia. Y aunque todos tenemos conocidos y cercanos que han decidido buscar una mejor suerte o un futuro más afortunado lejos de Colombia, poco se ha analizado este fenómeno. Tampoco se ha hablado a profundidad del gravísimo efecto que tiene para un país que sus jóvenes, que son su futuro y su esperanza, perciban que tienen pocas oportunidades en su propia tierra y decidan irse. ¿Dónde quedará el futuro de la cultura, la innovación, la creatividad y del impulso económico en unos pocos años en medio de este éxodo de la juventud?

Cada día, desde las redes sociales nos encontramos más fotos de amigos y familiares mostrando nuevas vidas en destinos como Australia, España y Estados Unidos. Desde la ventana de las redes vemos la realidad de una generación que encuentra pocos incentivos para quedarse en Colombia y, en cambio, observa que cada vez es más fácil irse en busca de mejores oportunidades, aun cuando eso significa renunciar a sus familias, profesiones y sueños.

Y aunque las razones de este fenómeno generacional tan preocupante para el futuro de Colombia sean tan diversas y respondan a motivos que trascienden la coyuntura política, todo podría resumirse en una sola palabra: oportunidades. Todos tenemos sueños en común: queremos poder pagar nuestros estudios, comprar una vivienda propia, salir a la calle con tranquilidad, ofrecerles a nuestros hijos una mejor vida de la que tuvimos nosotros y pensionarnos de manera digna. Y mientras metas como estas sean tan difíciles de alcanzar en Colombia, y al mismo tiempo sean apenas normales de conseguir en otros países, serán muchos los que buscarán irse en busca de estas.

En un país sensato, los sectores público y privado estarían en alerta máxima por la masiva migración de jóvenes y tendrían entre sus principales prioridades la construcción de planes para hacer más atractivo quedarse en Colombia y apostarle al crecimiento del país. Pero, en cambio, aquí escasamente se habla del tema. A estas alturas el gobierno debería reforzar las políticas de incentivo del primer empleo y del crecimiento profesional de los jóvenes en el sector público y la empresa privada. Por otra parte, el pago de salarios justos y en buenas condiciones, los planes de promoción del talento y los planes de impulso a las carreras de los jóvenes deberían ser una inmensa prioridad dentro de las empresas del sector privado.

Ante nuestros ojos una generación se va del país y se seguirá yendo mientras el panorama profesional no mejore. Y es incalculable el efecto que este éxodo generacional tendrá sobre las familias, la sociedad, la innovación, la cultura y la economía. Es hora de hablar de este tema.