Es de lejos la mayor operación logística del mundo, fuera de las guerras. 970 millones de votantes potenciales, 15 millones de jurados electorales, una jornada electoral de dos meses y medio, más de un millón de puestos de votación, algunos en lugares tan remotos que solo se puede llegar a caballo o en pequeñas lanchas, en montañas cubiertas de nieve o en desiertos inhóspitos. Fiel a su tradición, se espera, como siempre, una alta participación, casi un 70%, es decir, unos 650 millones de votos ‘depositados’ en las urnas electrónicas.
La primera semana de junio sabremos quién se hizo con la mayoría de los escaños en la cámara baja (Lok Sabha) del parlamento y por ende con el poder en la más populosa de las naciones de la tierra. India, la mayor democracia del planeta, va a las urnas en un país donde el ejercicio electoral es tomado muy en serio por sus habitantes, pertenecientes a múltiples grupos étnicos, religiones, lenguas, estratos sociales y culturas.
El resultado final está más que cantado, a menos que ocurra una muy poco probable sorpresa mayúscula. El muy popular actual primer ministro, Narendra Modi, del partido BJP (partido popular de la India) aspira a su tercer mandato consecutivo de 5 años. Modi ha alejado a la India del mantra secular e incluyente de sus fundadores, privilegiando y fortaleciendo la identidad hindú, marginando a la minoría musulmana, un 10% de la población, en algunas regiones, negándoles la nacionalidad. La oposición está decimada, fragmentada y sin discurso.
A Modi las cosas le han salido bien. El Hindutva, la ideología que combina el nacionalismo hindú con la religión hinduista, un destino manifiesto, imbuido de un dejo de superioridad, protagonista en la lucha por la independencia de la India del imperio británico, ha sido el caballo de batalla sobre el cual monta Modi, agita las masas, ataca a sus opositores y toma decisiones de Estado.
En febrero de este año, Modi puso fin a uno de los asuntos más contenciosos de la India, inaugurando en la ciudad de Ayodyha, el Ram Mandir, templo al Dios Ram, en un lugar donde hasta 1992 se erigía una mezquita que databa del Siglo XVI, derribada a pico y hacha por una horda de decenas de miles de hinduistas radicales. Su alta popularidad se disparó más aún.
En 2019, Modi a través de una reforma constitucional, revocó el estatus especial de la disputada región de Cachemira, rebajándola de Estado a dos territorios, restándole poder a su población de mayoría musulmana. Otro punto para el Premier.
Modi es un líder como ningún otro. Goza de la mayor popularidad entre los líderes mundiales, casi un 75%, no ha sido asociado a los perennes escándalos de corrupción que permean la India, proviene de una familia de clase media baja perteneciente además a una de las históricas castas bajas de la sociedad hindú, recorre el país de extremo a extremo durmiendo en casas de humildes ciudadanos y gracias a su enorme carisma conecta con la gente.
India ha recorrido un gran camino desde su independencia, convirtiéndose en potencia tecnológica, militar, cultural, maquiladora, espacial y geopolítica, legando al mundo unas milenarias formas de vida. Modi ha logrado avances en algunos de los más álgidos problemas sociales que han aquejado el país: pobreza, acceso a agua potable, higiene e infraestructura. En un mundo plagado por el conflicto entre potencias, India le ha arrebatado a China buena parte de su protagonismo económico. Industrial y diplomático.
La maratónica jornada electoral que comenzó esta semana sellará el transformador camino que Modi le está imprimiendo a su país con la identidad como centro de su plataforma política.