Por: monseñor Edgar de Jesús García Gil, obispo de Palmira
Los evangelios nos narran la vida de Jesús y entre muchas circunstancias hoy nos cuenta Mateo una extraña oración de Jesús: “Te alabo Padre Señor del cielo y de la tierra, poque si ocultaste estas cosas a los sabios y a los entendidos, las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque así tuviste bien disponerlo”, Mt 11, 25.
¿Cuáles son las cosas que Dios Padre ocultó a los sabios y entendidos? Jesús las escondió a los sabios y entendidos porque tienen un corazón lleno de orgullo y autosuficiencia. En cambio “las cosas de Dios” se refieren, sobre todo, a los secretos o misterios del Reino de Dios que Jesús vino a revelarnos. Por ejemplo: la manera de relacionarnos a través de la oración con Dios que es un Padre que siempre nos ama y no tiene acepción de personas. La verdad de que todos, sin excepción, somos hermanos y hermanas y juntos formamos una gran familia que se llama Pueblo de Dios. Que debemos aprender a convivir en solidaridad, respetando nuestra sagrada dignidad de personas humanas, y lo más sublime y lo más difícil, aprender a perdonar siempre con misericordia.
¿Por qué los humildes o pequeños son los preferidos por Dios? Porque estos pequeños están libres de la esclavitud del orgullo y de la prepotencia que los mantendría solo viviendo para sí y para los aplausos de las gentes. Recordemos que Dios ve el corazón mientras que nosotros vemos las apariencias.
Esta humildad exigida por Jesús es una condición para conocerlo, amarlo y seguirlo. Por eso él nos dice: “Vengan a mi todos los que están rendidos y agobiados, que yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes Mi yugo y aprendan de Mi porque soy paciente y humilde de corazón y así encontraran alivio. Porque Mi yugo es llevadero y mi carga liviana”, Mateo 11, 25-30.
¿En que consiste el yugo de Jesús? El yugo es una frase metafórica rabínica que significa la aceptación y reconocimiento de la nueva enseñanza de Jesús, en contraposición a la ley antigua, dura y pesada que los fariseos y escribas, soberbios y duros de corazón, le habían añadido innumerables trabas y tradiciones que la hacían insoportable. La ley de Cristo, en cambio, no está fundada en el temor sino en el amor. “No cabe temor en el amor, antes bien, el amor pleno expulsa el temor, porque el temor entraña castigo”, 1 Juan 4,18.