Como en el poema de Rubén Darío ‘La marcha triunfal’, se desplazaba el 20 de junio por toda Colombia una marcha general. Era el pueblo que se movía con alegría, sin violencia y con espíritu de patria por las plazas y grandes avenidas de esta república, tan golpeada por enemigos ubicados en las regiones montañosas, en los bosques frondosos y en las zonas populares de las grandes urbes. Darío entona: “Los claros clarines de pronto levantan sus sones, / su canto sonoro, / su cálido coro, / que envuelve en su trueno de oro / la augusta soberbia de los pabellones...”. Y esa gran marcha con vestidos blancos mostraba al gobierno que ese, sin lugar a dudas, es el pueblo raso y legítimo que quiere la paz y una administración justa sin dogmas doctrinarios.

Hemos sido objeto, por largos años, de unas guerras brutales sin una causa justificativa, ensañándose los malvados en el secuestro, la extorsión, los genocidios, violaciones, despojos, reclutamientos abusivos y atentados contra la naturaleza. Sí, esos mismos grupos de izquierda comunistas, que ahora intentan posar como próceres y héroes, durante más de 70 años nos sometieron a una lucha desigual, sin importar que los oprimidos eran gentes pacíficas, tal como somos la inmensa mayoría de los colombianos.

Pero ocurrió en las pasadas elecciones que triunfó el grupo de izquierda que se hizo llamar ‘pacto histórico’. Y fue grato que al otro día oímos un discurso de Petro, gran orador, en el que, conocedor de que apenas había alcanzado la mitad del electorado, reconocía que la otra parte era la mitad de Colombia; y propuso el diálogo y el entendimiento como parte sustancial de su gobierno, que comenzaba buscando la paz. Y todos aplaudimos, porque como en mi caso, el deseo no era el del fracaso sino el triunfo de un gobierno que así iniciaba.

Funcionó poco, porque el presidente, no obstante haber sido largo tiempo parlamentario de la oposición, no accedió razonablemente a aceptar el rol del Congreso en busca de mejorar los proyectos. Para nada se atendía el pensamiento de la oposición y la coalición la rompió estruendosamente el propio Petro. En adelante ha venido mostrando su intolerancia y ha amenazado con sacar al pueblo a las calles para que muestre solo su identidad con él y su doctrina.

Mas ahora que se da la gran marcha, no se podría saber si pueblo solo es el afecto a él, o también lo es el otro que se vio ayer y allí sigue participando en pro de la paz y la reivindicación de sus derechos.

Debo decir frente a esta contradicción, que todos esperamos que Petro cambie, acorde con la razón que lo guio al inicio. En realidad, este no puede ser un concurso del odio. Ni del desafío. Ni que juguemos a la revolución y acabemos con la democracia. Lo que debemos buscar todos los colombianos es no solamente la paz, sino la convivencia y el respeto recíproco entre todos. Aún es tiempo para que ese presidente, que sin duda alguna ha sido un gran luchador, pueda regresar a su primer impulso y busque la paz verdadera y la reivindicación contra la pobreza. Y en eso -pienso yo- todos habremos de ayudar.

Gaitán dijo: “No somos enemigos de la riqueza. Somos enemigos es de la pobreza”. De ahí que bien haría el presidente si gobierna con toda Colombia, y sin que se note la prepotencia de una revolución marxista, que no ha dejado nada bueno en ninguna parte del planeta ni de la historia. No es más que observar a Cuba, Venezuela y Nicaragua y lo que fue la Cortina de Hierro.