Como muchos otros, yo voté por Gustavo Petro, pero al igual que otros tantos no soy petrista, no al menos en el sentido de hacer política desde o con su proyecto político del llamado Pacto Histórico o compartir todas las convicciones o beligerancia de sus seguidores y militantes.

Me cuento más bien entre ese grupo grande de colombianos que hemos creído, y lo seguimos haciendo, en la necesidad urgente para Colombia de un cambio profundo en distintas dimensiones, pero siempre de naturaleza democrática y producto de acuerdos y consensos, no de fracturas, divisiones y menos aún, de imposiciones.

De la naturaleza de dichos cambios y la forma de hacerlos, que no es asunto menor, quizás haya espacio en otro momento. Por ahora, y a propósito de la llegada, o mejor aún, del regreso de Armando Benedetti al entorno cercano del Presidente, lo que cabe es reiterarse en una profunda decepción de algo que hemos estado esperando de este gobierno de izquierda: un cambio real en la manera de hacer política.

Ese cambio aún no ha llegado y tristemente puede ocurrir que quizás no se dé en este año y medio que queda de gobierno. Es frustrante que siga siendo así, porque estando antes en la oposición la crítica a las prácticas políticas tradicionales eran pan de cada día y argumento para demoler a los gobiernos de turno y postularse entonces como una visión alternativa que esta vez, llegando al poder, sí podía representar un cambio verdadero.

Hace mucho tiempo se encuentra instalada la idea de que en política no todo vale. No obstante, incluso muy tempranamente, desde la campaña misma uno de los cercanos al entorno del entonces candidato Gustavo Petro, sugirió que con tal de ganar, si era necesario, había que correr los límites éticos. Y como dice el refrán popular, “en el desayuno se sabe qué habrá de almuerzo”.

En mi controversia fraterna con varios militantes del Pacto Histórico suelo escuchar con frecuencia que estas prácticas son inevitables como parte de construir la gobernabilidad necesaria para hacer posible las reformas y el cambio. ¿En serio? ¿No es este mismo argumento el que han invocado tantos otros gobiernos en tantas y diversas ocasiones? Entonces… ¿Para cuándo el cambio?

Para mí es muy incómodo verme en un lugar de crítica coincidiendo con la oposición política en razón a que cuando esta ha detentado el poder han hecho lo mismo pero ahora posan de íntegros y honestos en su quehacer político. Y me resulta igualmente incómodo porque, en su gran mayoría, es una oposición poco patriótica que se hace únicamente con cálculo electoral, incapaz de reconocer cosas buenas en el actual gobierno (que sí las hay) y poco dispuesta a asumir un compromiso de cambio para Colombia, que igual sigue siendo necesario.

Le va a quedar harto difícil al proyecto del Pacto Histórico poder seguir en el poder luego del 2026, incluso muy a pesar del avance de reformas importantes que se ha propuesto realizar. El peso de estar gobernando a la manera tradicional, que se mueve entre el clientelismo, la corrupción, el amiguismo y el nepotismo, tiene hoy en Colombia un costo político muy alto, incluso entre muchos de sus seguidores y antiguos electores, quizás como yo.

A menos de que haya una profunda rectificación, para lo cual no bastan solo los discursos y las apariencias… ¡Y queda muy poco tiempo!

Para referirse a un buen gobierno, desde tiempos del Imperio Romano se acuñó la frase: “Sobre la integridad de la mujer del César no basta con serlo, también hay que parecerlo”.