No se concibe una democracia real sin la existencia de una oposición, también, real.
En Colombia hay una preferencia por los gobiernos que representan un acuerdo nacional, o gobiernos de unión o arreglos, como el del Frente Nacional, a propuestas como las que buscaron materializarse durante el gobierno del presidente Virgilio Barco(1986-1990). Es lo que he denominado la preferencia por un partido presidencial, o sea una coalición de gobierno, que cuente con una proporción de votos mucho más que mayoritaria en ambas cámaras del congreso.
Es notoria la ausencia de una oposición organizada. Leemos muchas voces de oposición, unas más contundentes que otras, algunas permanentes, prácticamente, desde el comienzo del gobierno y otras que han ido surgiendo. Pero es evidente que el privilegio del cual gozó Gustavo Petro desde el día siguiente de su derrota por parte Iván Duque Márquez, el que se le reconociera por casi todos los medios de comunicación su categoría como jefe de la oposición, cargo que no existe en el respectivo Estatuto, pero que sí le da un estatus muy ventajoso a la persona que sea reconocida como tal. Hasta ahora no existe ningún dirigente político que sea reconocido como jefe de la oposición al gobierno del presidente Petro.
Semejante situación es muy favorable para el gobierno y no ayuda al buen funcionamiento de la democracia. Se desperdicia un factor clave para que la ciudadanía, en el proceso electoral de la próxima contienda presidencial, identifique a la persona que se ha planteado como una alternativa frente al actual gobierno. Ya se han perdido casi dos años sin que, al parecer, ningún dirigente político esté interesado en asumir esa importante responsabilidad y en obtener, sin duda, esa ventaja política que se traduce en votos, normalmente, en un apoyo mayoritario porque cada día más el péndulo de la política tiende a favorecer a la oposición, a la persona y el partido o movimiento que acompañan a ese opositor.
Estas reflexiones surgen a raíz de la observación de las muy nutridas manifestaciones que se produjeron el 6 de marzo en diferentes ciudades de Colombia y que los noticieros de televisión presentaban como manifestaciones organizadas por la oposición, así, en singular. Muchos grupos o personalidades o movimientos anunciaron su participación en estas manifestaciones, pero no era evidente para la ciudadanía que había un jefe de oposición o una figura que se destacara como la que lideraba este importante evento que buscaba dejar una constancia de un desacuerdo mayoritario con el gobierno.
Parecería urgente que la oposición tuviera la capacidad de organizarse, demostrarse ante el país como una alternativa viable de gobierno, de contrarrestar todos los movimientos que ya muchos observadores han señalado como el comienzo de la campaña presidencial del 2026 desde el propio gobierno. Son muchas las oportunidades que una organización ausente de oposición ha desperdiciado, la más notoria la del resultado de las elecciones de octubre del 2023. Hubo triunfos locales, pero nadie buscó, por así decirlo, nacionalizar ese triunfo y presentarlo como el resultado de una oposición en marcha, organizada, con un norte y con una ambición clara de constituirse en la alternativa viable de gobierno en el 2026. No son muchas las oportunidades de este calibre que se presentan en la vida política.