Hay que reconocer en homenaje a la verdad, que el presidente Petro obró acorde con su deber cuando decidió trasladarse con todo su gabinete a la Guajira. Iba en busca de encontrar soluciones al derrumbamiento de casi todas las condiciones que hacen vivible aquel hermoso territorio donde han florecido la corrupción y el abandono. No hay agua para vivir y eso lo dice todo.
Se podría decir de esa región: ¡Ah país malhadado!, cuántas veces se han robado los recursos con falsos contratos cuyos valores se embolsillaron descaradamente, mientras una gran parte del pueblo Wayúu, desde la cuna, se debatía entre la muerte y la miseria. Por cierto, este pueblo se opuso a la obra del presidente Duque de la producción de energía eólica, parte de su salvación económica en esos largos territorios en los que brilla el sol como un diamante y el viento del mar, cálido y seco, amaina el calor y da alas a los sueños.
Ese primer esfuerzo se veía perdido; pero el gobierno actual logró convencerlos -a los de la tribu- de que esa obra era sustancial en la perspectiva de rescatar tal territorio.
Un aeropuerto nuevo y unos servicios abiertos para atraer un turismo que dé vida y entradas a los pueblos irredentos, es por supuesto una perspectiva realizable para atraer inversionistas y turismo. Porque el ser humano vive ordinariamente una rutina, humillado en las cuatro paredes de su olvido. De ahí que cuando se le abre la posibilidad de viajar y sentir el mar, su brisa y el sol brillando su cuerpo blanqueado en el encierro, revive esperanzas y energía y aún abre el compás de aquello que encerraba la vieja cartilla: la alegría de vivir.
Sí se puede volver el desierto un emporio de turismo y también se puede buscar el agua, como ocurrió en Las Vegas, para llevarla por grandes ductos a Los Ángeles. No es más que desearlo y emprenderlo. Y con recursos financieros se puede conquistar la magia del emprendimiento. Por cierto, que oí a Petro explicar su odio convencional contra las empresas capitalistas que pudieran acudir a complementar su propia idea del desarrollo guajiro.
Petro -lo digo con respeto- debe recordar cómo un comunista que surgía en un país muy grande y con la mayor población del mundo, China, llegó a viceprimer ministro en la segunda parte de la revolución maoísta. Se llamaba Deng Xiaoping; y este cambió el duro sistema radical, que había implantado la que se llamó la Pandilla de los Cuatro, oscurantistas y dogmáticos, y abrió las puertas a un desarrollo con capital importado, todo bajo el pensamiento que contenía la frase suya: “No importa el color del gato, con tal que cace ratones”.
Es un deseo colombiano que estas obras se puedan lograr con el concurso de todos. Que no juegue el odio de clases pregonado por los que ahora se sienten precursores de la revolución. No, que nos unamos como se hizo el 10 de mayo de 1957, después de haber alcanzado la violencia más atroz de los años 50.
Es posible que un buen ministro como Luis Fernando Velasco logre un nuevo entendimiento en pro de la armonía general de los compatriotas. Que se demuestre cómo la paz debe estar por encima de la pasión, bajo un sagrado deber de convivencia. Petro, sin duda alguna un gran luchador, debe culminar una obra de progreso. Cierto es que todo ha cambiado, pero siempre será necesario que recaiga el deseo constante de nuevas conquistas.
Mas no es posible tratar de imponer, como a veces lo pretende el Presidente, una ideología radical que odie a la clase media y que no impidió que, en pleno Berlín, deplorara con lágrimas la caída del Muro, símbolo de la opresión comunista y de la liberación de las grandes masas que sufrieron aquel régimen de infamia.