Las construcciones consideradas como patrimonio arquitectónico, cuando están en las ciudades son al mismo tiempo un patrimonio urbano, y suelen ser percibidas como una imagen, una referencia o como el lugar de una actividad, pero por lo regular son vistas simultáneamente de las tres maneras, aun cuando una puede ser la predominante. Algunas de estas construcciones conforman hitos urbanos que identifican los sectores de la ciudad, pero los cambios en su uso muchas veces son indispensables para poder conservar dicho patrimonio arquitectónico, principalmente en su uso, lo que a su vez afectan el uso del suelo de los predios vecinos y con él su valor comercial.
Tal es el caso de la “pesadilla” de La Sagrada Familia, como bien la llama Paola Andrea Gómez (El País, 28/05/2023) en el muy grato parque de El Peñón, símbolo de este reconocido barrio de Cali. Hace cerca de una década su proyecto de renovación para convertirlo en un hotel fue sometido para su aprobación, pero en el proceso se lo modificó, en su uso, altura de la parte nueva y demoliciones permitidas, y se iniciaron las obras. Pero por supuesto en este caso no se trataba de conservar el colegio sino de utilizarlo, y la codicia llevó a pretender aumentar el área construida haciendo más pisos, sin importar los inconvenientes de todo tipo que se les ocasionaría a sus vecinos.
Como se dijo en esta columna (La agraviada Familia, 26/11/2015) lo que va quedando del colegio es una muestra más del vandalismo cultural contra el patrimonio construido, que se hizo en esta ciudad con motivo de los VI Juegos Panamericanos de 1971, y que es preocupante la inoperatividad de los organismos públicos y privados que supuestamente deben velar por la correcta conservación del patrimonio construido, y la falta de interés de personas sin conocimientos que les permita un juicio crítico, al punto de que pareciera que para ellos no son Bienes de Interés Cultural, y no ven que su destrucción elimina parte de la imagen colectiva de los ciudadanos.
La ‘Torre transparente’ que propusieron hace unos meses para que el Municipio de Cali no se vea obligado a desmontar la estructura metálica que se levantó en el colegio demoliendo parte del mismo, de la que también se habló en esta columna (¿Arquitectura especular?, (30/03/2023) desde luego tal ‘torre’ no sería transparente y sólo pretende reflejar o imitar el nuboso cielo caleño, como muestran las imágenes que acompañan a la propuesta, pues no permitiría ver con nitidez a través de ella, e interferiría la vista desde la ciudad hacia su parte alta y la cordillera, y desde la parte alta de la ciudad hacia la baja con el amplio valle del río Cauca atrás.
Y como también se dijo en otra columna (El patrimonio construido, 01/08/2002) en la medida en que ya se ha destruido torpemente buena parte del patrimonio arquitectónico de Cali, por el afán de ser ‘modernos’ a toda costa, hay que comenzar a valorarlo de otra manera. Lo construido no solo representa una inversión social y económica considerables, sino que si es de carácter patrimonial es un galvanizador cultural insuperable. Destruirlo es acabar con los ambientes urbanos en que se reconocen y respetan las diferentes generaciones, etnias y estamentos sociales que conforman una sociedad. De ahí la violencia, torpeza, caos y fealdad de una ciudad mestiza como lo es Cali.