Por: monseñor José Roberto Ospina Leongómez, obispo de Buga.
Un niño le preguntó a su papá: “Qué es el amor?”. El papá miró a la mamá, tomados de la mano, y le respondió: “Es lo que hizo que tú nacieras. Es lo que nos motiva cada día a levantarnos para ayudarte, acompañarte a desayunar, pagarte el colegio, comprarte ropa, y darte una cama donde dormir. Es todo lo que necesitas para vivir: cariño, tiempo para escucharte, conversar contigo, pasear y muchas cosas más”.
El niño preguntó: “¿Y qué significa el amor de Dios? ¿Hay algo que yo pueda hacer para mostrarle que lo amo?”. Después de pensarlo un momento, la mamá respondió: “Hijo, Dios es amor porque él ha hecho posible todo este amor que te damos. Ese amor nos permite amarlo, así como tú nos amas cuando confías en lo que te decimos, cuando obedeces lo que te mandamos y cuando simplemente estamos juntos como familia”.
Después de esta conversación, recordé lo que Jesús le respondió al escriba que le preguntó cuál es el mandamiento más importante. Jesús dijo: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser. El segundo es este: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Cuatro elementos importantes: La primera responsabilidad es escuchar. El niño preguntaba y escuchaba a sus padres. ¿Le doy tiempo a Dios para escucharle, leyendo la Biblia, oyendo mi conciencia o meditando en el presente? El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Jesús dice: “No pueden servir a dos señores, a Dios y al dinero” (cfr. Mt 6, 24).
Amarlo con todo. ¿Qué significa poner mente, vida y corazón en ese amor? Es, como los papás, vivir para él, para sus sueños y su obra. Es amarnos a nosotros mismos como parte de su creación, desarrollando nuestras capacidades y proyectos. Queremos que nuestro tiempo aquí no pase desapercibido, sino que sea como el agua que da vida.
Amar al prójimo como a uno mismo. Nos cuidamos y buscamos lo mejor para nosotros. Esto nos guía en cómo amar a los demás, especialmente a los más necesitados, como en la parábola del buen samaritano, acercándonos al que sufre, al que es despreciado y al que no tiene protección.
En amar a Dios y al prójimo encontramos la plenitud de la ley. Que este Evangelio nos ayude a ser felices amando.