Se llama Alba Lucía Campaz . En el Congreso de la Asociación de Cajas de Compensación, Asocajas, en Medellín, donde fue una de las panelistas, el periodista Jorge Alfredo Vargas la presentó sin embargo como “La Policarpa del Hospital Universitario del Valle”. Ella sonrió con timidez. Cuando terminó su intervención, entre aplausos, la busqué movido por la curiosidad. ¿Por qué la apodan como la heroína colombiana que espió para las fuerzas independentistas criollas durante la Reconquista española?

En un pasillo del Hotel Inter, Alba me contó su historia. Nació en Cali, en el barrio El Guabal, y se graduó en el colegio La Merced. Allí cursó seis años de primeros auxilios, lo que le definió el destino: decidió dedicarse a la medicina.

Cuando llegó la hora de entrar en la universidad, se enfrentó a lo que la mayoría de colombianos: no tenía recursos para pagar la carrera. Su mamá lavaba ropa a domicilio.

Alba sin embargo encontró una oportunidad en el Sena. Estudió para ser auxiliar de enfermería. Su práctica la hizo en el Hospital Universitario del Valle, donde la contrataron.

En esos años era como ahora: tímida, pero firme en sus principios. En el hospital comenzó a notar diferencias enormes en las condiciones laborales de los empleados públicos, como ella, y los trabajadores oficiales. Por ejemplo, si a estos últimos les aumentaban el salario un 25%, a los empleados públicos el 15%. ¿Por qué?, se preguntaba Alba.

La diferencia estaba en que los trabajadores oficiales tenían en ese entonces pleno derecho de negociación de sus condiciones laborales y por lo tanto podían presentar pliego de peticiones; los empleados públicos, en cambio, apenas podían hacer “solicitudes respetuosas”, y su cumplimiento dependía de la voluntad del gerente de turno.

“Los trabajadores oficiales negociaban y todo se los daban, mientras que a los empleados públicos nos dejaban las migajas, pese a que teníamos una carga laboral exigente y éramos los que prestábamos el servicio de salud”, recordaba Alba.

El sindicato del hospital hizo una protesta y el gobernador de la época, Carlos Holguín Sardi, lo disolvió. Alba decidió alzar su voz junto a otros cinco compañeros. El gerente de entonces, Milton Mora, los llamaba “cinco pelagatos”, que sin embargo salían con carteles a la Calle Quinta y detenían el tráfico.

Hubo cambio de gobernador – llegó Gustavo Álvarez Gardeazabal – y de gerente del hospital – Jorge Iván Ospina – quien propuso una reestructuración que significaba que los empleados públicos de nombramiento provisional salieran. Alba, que no había estudiado derecho, concluyó que no había otra alternativa que formar el Sindicato de Servidores Públicos del HUV, junto con 50 compañeros que la apoyaron.

Ella comenzó a leer sobre derechos laborales y se encontró que la Organización Internacional del Trabajo, en el convenio 151, decía que los empleados públicos podían presentar pliego de peticiones, no solicitudes respetuosas.

La historia que siguió es larga, pero en resumen Alba y otro compañero se encadenaron en la puerta del HUV, durante 36 horas, para que los escucharan. Fue cuando la comenzaron a llamar ‘La Policarpa del hospital’. Luego llamó a la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, y se encontró con Carlos Arturo Rodríguez, quien le consiguió una cita con el ministro de Trabajo, Angelino Garzón.

“Finalmente firmamos el primer acuerdo colectivo en Colombia de los empleados públicos y presentamos pliego de peticiones. Posteriormente la OIT le advirtió al país que había falencias en la negociación colectiva de los empleados públicos y enviaron una comisión. Iban a sancionar a la Nación. Angelino mostró nuestra negociación como un avance, y se evitó la multa. Cambiamos las condiciones de los empleados públicos del HUV y del país”, decía Alba. Y agregaba:

“Los sindicatos no pueden perder la esencia: la defensa de los trabajadores. Hoy se está viendo que en los sindicatos prevalece el interés personal, sobre el colectivo. Y se debe ser mesurados en las peticiones. Los sindicatos no pueden caer en abuso del ejercicio sindical. Deben ayudar a proteger la empresa, defendiendo las condiciones de los trabajadores”.

Cuando le pregunté a Alba si se volvería a encadenar, hizo silencio. Fue un acto, comentó enseguida, que atentó contra su vida. Duró ocho días sin comer con normalidad. “Antes de las vías de hecho, se debe agotar el diálogo y la concertación”.