Sofía. La capital de Bulgaria no se diferencia mayor cosa de otras ciudades europeas con sus viejos tranvías, limpias y seguras calles, pequeños almacenes por doquier y gente caminando a sus trabajos y hogares como si no pasara nada en el mundo. Como parte que fue del bloque soviético hasta el fin de la Guerra Fría, figuran igualmente los trolley buses rusos como los que tuvimos por años en nuestra capital y esos bloques de apartamentos comunistas, apiñados en edificaciones no diferentes a las que se pueden divisar en Berlín Oriental, Moscú, Praga. Tashkent y demás, en los que familias enteras viven o vivían en apartamentos de 40 metros.
Este país ha mantenido su nombre desde hace casi 30 siglos, pero dos veces desapareció de la historia; la primera bajo la dominación rusa en el Siglo XI y la segunda, mucha más prolongada, por casi 500 años, como parte del imperio turco otomano hasta 1878, cuando finalmente se independiza.
El alfabeto cirílico tiene su origen en estas tierras al igual que la Iglesia Ortodoxa Búlgara originada en 870 aC, autocéfala e independiente con su propio patriarca y parte integral de la identidad búlgara, reprimida y cooptada durante los años del gobierno comunista y al igual que sus pares en Europa Oriental con gran resurrección tras el final del comunismo. La impresionante catedral Alexander Nevski, construida a finales del Siglo XIX, principal atractivo turístico de Sofía, funge como sede del patriarcado búlgaro.
Tras el fin de la Unión Soviética, Bulgaria se transformó en Democracia parlamentaria, con economía de mercado, privatizó todo lo que se pudo, se unió a la Otan, a la Unión Europea, recientemente a la zona Schengen y pronto espera adherir al Euro. Gracias a sus bajos impuestos, ubicación geográfica y clima, en Sofía se han creado gran cantidad de empresas tecnológicas modernas, al igual que durante la época soviética, los computadores del este se fabricaban acá.
Sin embargo, la inestabilidad política se tomó el país en los últimos años; gobiernos temporales, seis elecciones en tres años, la última el pasado domingo que contó con participación de solo el 33% del electorado, corrupción rampante y la disputa que aqueja a otros países del Europa del Este entre apoyo a Ucrania o a Rusia, entre prorrusos y pro-Occidente. Estar al lado equivocado de la historia ha sido una característica de los gobernantes búlgaros, tal como ocurrió en la Segunda Guerra, cuando se alinearon con la Alemania Nazi para después sufrir las consecuencias y quedar enquistado en el bloque soviético.
El moquete Prusia de los Balcanes se le atribuye a este país por su tradición guerrerista y militaristas entre las dos guerras mundiales, en una región conocida precisamente por sus guerras, batallas, conquistas e inestabilidad.
Durante la época soviética, los búlgaros barrían con las medallas en levantamiento de pesas y lucha greco-romana con el dopaje como protagonista en varias ocasiones, mientras que terminaron cuartos en el mundial de futbol de 1994 en Estados Unidos, ese que nosotros debimos haber ganado.
Bulgaria, país de rosas, produce gran cantidad de productos cosméticos y medicinales de la más tradicional de las flores, mientras que compite con Grecia y otros países de los Balcanes por el título del mejor yogur del planeta. De estas tierras partió hacia Norteamérica en 1940 un tal Marko, abuelo ni más ni menos de Marc Zuckerberg, odiado y amado padre de Facebook.