La dolorosa muerte de la médica Catalina Gutiérrez Zuluaga, aparentemente desesperada por las exageradas presiones que viven los médicos internos, no es un caso aislado, ni nuevo. Llevamos décadas escuchando los sacrificios casi inhumanos que debe hacer quien estudia la más humana de las profesiones. Pero suicidios por las presiones excesivas de los superiores, las hemos conocido en el ejército y en la policía, reflejados en uniformados que se han quitado la vida con su arma de dotación. Me viene a la mente una empleada del servicio doméstico que se lanzó de un balcón en zona residencial de Cali, ante el encierro y dureza a la que la tenía sometida su patrona. Así, podríamos traer muchos recuerdos infaustos de pérdidas de vida como consecuencia de los abusos y presiones indebidas de jefes y superiores.

¿Cuál es la diferencia entre esos abusos que se cometen hace años y lo que está sucediendo hoy? La respuesta es la visibilidad. El mundo cambió y cada injusticia, cada abuso, tiene reproducción automática a través de las redes. Además, fortalecidas con fotos, videos, y declaraciones de víctimas y colegas del subordinado afectado. La muerte de Catalina, hace 20 años, seguramente no hubiera tenido las mismas consecuencias sin la internet. Declaraciones de comprensión y solidaridad como las del doctor Carlos Jaramillo, viralizadas, tuvieron una consecuencia reputacional histórica para el alma mater y para todo el sistema universitario.

Sin dudarlo, las universidades y no me refiero a la carrera de medicina, sino a todas las demás, especialmente administración de empresas, derecho e ingeniería industrial, están en la obligación de dar cátedra sobre saber mandar. El arte de dirigir las organizaciones tomó otro camino, pues está pasando de moda el jefe autoritario, sancionador, abusador con el tiempo y la palabra, y está siendo reemplazado por el líder inspirador, quien con su ejemplo y su capacidad para estimular equipos humanos, logra transformar las organizaciones y llevar al éxito a quienes integran los equipos.

Aquellos jefes autoritarios, retrógrados, abusadores, ególatras, que se preparen a asumir las consecuencias. Esto es en todas las instancias, desde las relaciones domésticas hasta las más encumbradas empresas de tecnología y defensa. La ley cada vez evoluciona más para defender la diversidad, apoyar la inclusión y darle al ser humano su merecido espacio de respeto, independientemente de su posición laboral, raza, creencia o género. La venganza de quienes atropellen estos espacios de respeto a sus subordinados es inimaginable: cada vez más jefes están yendo a la justicia laboral a explicar los abusos por acoso, no necesariamente sexuales. Los empleados afectados están concurriendo a comités de convivencia o a miembros de juntas directivas, reconocidos por su ecuanimidad y respeto al ser humano.

La otra venganza, además de la reputacional en redes, es el abandono del cargo. Antiguamente, todos los jefes pensaban que los empleados no se irían por la necesidad del ingreso. Hoy los jóvenes empleados tienen más expectativa de felicidad que de riqueza; de libertad que de estabilidad. Por eso, las diferencias mal manejadas con tantos jóvenes brillantes en las empresas, terminan en que estos dejan sus cargos, llevándose consigo talento, aprendizaje y Know how.

Ese maltrato está llevando en gran parte a que encontrar mayordomos en fincas o empleadas del servicio doméstico, sea cada vez más difícil. Sin embargo, muchos jefes no entienden que el mundo cambió; que se clama por jefes más empáticos y humanos, sin que eso implique debilidad. Y que el costo de saber dirigir puede tener altos reconocimientos de motivación, o en el caso contrario, arrastrarse por mala persona y torpe jefe, en el cada vez más poderoso universo digital… y real.